Decir que he
salido satisfecho de la lectura de estos relatos sería decir poco o incurrir en
la banalidad. He salido maravillado, entusiasmado, pletórico y con la alegría
de haber descubierto a un nuevo autor que incorporar a mis predilectos. Resulta
obvio que Cuentos de humor negro, de
Robert Bloch (obra que he leído en la traducción castellana de E. Riambau), no
es una pieza trascendente en la
Historia de la
Literatura ; pero, como dijo Clark Gable, “francamente,
querida, me importa un bledo”. A estas alturas de mi experiencia como lector,
lo único que me interesan son los libros que me atrapen, convenzan y seduzcan,
sea por motivos estilísticos o por motivos argumentales. Los bostezos
intelectualoides que me provocan Milan Kundera y autores parecidos se los cedo
gustosamente a otros lectores.
De hecho,
las tres pequeñas piezas que componen el primer bloque del volumen (“El arte
mortífero”) ya me dejaron impresionado: un crimen pasional resuelto con una
serpiente, un atroz experimento de percusión y una vomitiva barbacoa. A partir
de ahí, los relatos van sucediéndose, seductores y eficaces: un viejo librero
que esconde una doble vida tan inquietante como sangrienta (“Escuela
nocturna”); una chica que, obsesionada por el éxito y la fascinación del oro,
ve aproximarse al príncipe Ahmed y cree que su vida está por fin resuelta
(“Chica pin-up”); el modo impensable en que se mantienen en la cúspide de la
fama los principales protagonistas del mundo cinematográfico (“Terror en
Hollywood”); la figura del enigmático escritor que se esconde del mundo y se
niega a saborear las mieles de la notoriedad pública (“Los versos nunca
pagan”); el agente de artistas que tiene que enfrentarse a un cómico veleidoso
y borrachín, que trata a todo el mundo de forma despótica (“Traición”); el
sorprendente personaje que, provisto de muchos millones de dólares, se empeña
en adquirir las principales obras de arte de la Historia , sin importar el
precio que tenga que pagar por ellas (“El maestro del pasado”); o, para no
agotar todos los argumentos, la sorpresa que se lleva el lector al descubrir
que Thomas Jefferson, Benjamin Franklin y sus compañeros, cuando están a punto
de firmar en 1776 la
Declaración de Independencia de los Estados Unidos, discuten
entre sí hablando de horarios sindicales y maquinillas de afeitar eléctricas
(“Los Padres de la Patria ”).
Un libro
lleno de humor, de secuencias atractivas y de personajes que te dejan con la
boca abierta. Habrá que repetir con Robert Bloch.
1 comentario:
Robert Bloch tuvo su lugar en mi biblioteca,hace algun tiempo,con su "Háblame de horror ... no me digas más cosas tiernas",que disfute mucho,sobre todo sus toques de humor negro.
No habrá que esperar más e ir por este ejemplar.
Saludoa!
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