La Historia recuerda a algunos de sus protagonistas por
sucesos elogiables, como la invención de una vacuna o el heroísmo que los
impulsó a ponerse en peligro para salvar vidas ajenas; a otros, por horrores
sin número, que los transforma en engendros inolvidables; y a otros, en fin,
por ciertas anécdotas más o menos aparatosas, que consiguen superponerse a
cualquier otro detalle que animase o definiese sus vidas y que los dibuja con
los rasgos de la infamia, el patetismo o la ridiculez. La familia
aragonesa-valenciana de los Borja (italianizados después como Borgia) incluyó a
duques, diplomáticos, príncipes, reyes, obispos y hasta papas, pero el
esplendor indiscutible de esta poderosa familia no es óbice para que su
apellido casi siempre aparezca asociado al mundo de los venenos. ¿Quién no
recuerda, en este sentido, el nombre de Lucrecia Borgia, por poner un ejemplo
único? Wilkie Collins, en La hija de
Jezabel, fabula una historia de misterio y de crímenes partiendo de esta
sugerente premisa: ¿qué ocurriría si un químico, profesor universitario y
hombre curioso, estuviera trabajando con los venenos más célebres empleados por
los Borgia (cuyo secreto nunca se descubrió)? ¿Y qué ocurriría si, tras su
muerte, fuera su inescrupulosa viuda (llamada madame Fontaine, aunque se la
conoce más bien con el oprobioso nombre de Jezabel, de estirpe bíblica) quien lograra
hacerse con los frascos de su esposo? Añadamos más personajes alrededor de
éste: Minna, la hija de madame Fontaine, que no puede ser más entrañable, dulce
ni perfecta; Fritz, enamorado de la muchacha, pero cuyas relaciones no van a
resultar fáciles durante la novela, por diversas oposiciones familiares; la
señora Wagner, una atrevida viuda que, después de heredar las empresas de su
marido, decide dar la vuelta a una tradición de siglos y ofrecer empleo “a
mujeres jóvenes y respetables en departamentos adecuados de la oficina”
(p.202), provocando la perplejidad, la suspicacia o la hostilidad de todos los
varones de su entorno; Jack Straw, un pobre loco que ha sido liberado del
sanatorio mental por la señora Wagner y que esconde entre los pliegues de su
pasado un interesante secreto: trabajó al lado del doctor Fontaine cuando él
estaba investigando en los aterradores venenos de los Borgia... Y si hablamos
de personajes principales, mencionemos también a los que ocupan un discreto
segundo plano: el pobre viejo que se enamora otoñalmente de una persona
inadecuada; el empleado de un tanatorio, que no cesa de beber y recordar el
suicidio de un compañero; los sirvientes que se mueven, británicos y modélicos,
alrededor de sus señores sin abrir los labios... ¿Hacen falta más ingredientes
para conseguir con esos mimbres una novela impactante? Pues añadan muertes
misteriosas, hipocresías sociales, intereses económicos, sospechas constantes,
robos inesperados y agiten la combinación durante más de trescientas páginas.
Será difícil que salgan defraudados de este volumen.
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