martes, 22 de diciembre de 2015

La hija de Jezabel



La Historia recuerda a algunos de sus protagonistas por sucesos elogiables, como la invención de una vacuna o el heroísmo que los impulsó a ponerse en peligro para salvar vidas ajenas; a otros, por horrores sin número, que los transforma en engendros inolvidables; y a otros, en fin, por ciertas anécdotas más o menos aparatosas, que consiguen superponerse a cualquier otro detalle que animase o definiese sus vidas y que los dibuja con los rasgos de la infamia, el patetismo o la ridiculez. La familia aragonesa-valenciana de los Borja (italianizados después como Borgia) incluyó a duques, diplomáticos, príncipes, reyes, obispos y hasta papas, pero el esplendor indiscutible de esta poderosa familia no es óbice para que su apellido casi siempre aparezca asociado al mundo de los venenos. ¿Quién no recuerda, en este sentido, el nombre de Lucrecia Borgia, por poner un ejemplo único? Wilkie Collins, en La hija de Jezabel, fabula una historia de misterio y de crímenes partiendo de esta sugerente premisa: ¿qué ocurriría si un químico, profesor universitario y hombre curioso, estuviera trabajando con los venenos más célebres empleados por los Borgia (cuyo secreto nunca se descubrió)? ¿Y qué ocurriría si, tras su muerte, fuera su inescrupulosa viuda (llamada madame Fontaine, aunque se la conoce más bien con el oprobioso nombre de Jezabel, de estirpe bíblica) quien lograra hacerse con los frascos de su esposo? Añadamos más personajes alrededor de éste: Minna, la hija de madame Fontaine, que no puede ser más entrañable, dulce ni perfecta; Fritz, enamorado de la muchacha, pero cuyas relaciones no van a resultar fáciles durante la novela, por diversas oposiciones familiares; la señora Wagner, una atrevida viuda que, después de heredar las empresas de su marido, decide dar la vuelta a una tradición de siglos y ofrecer empleo “a mujeres jóvenes y respetables en departamentos adecuados de la oficina” (p.202), provocando la perplejidad, la suspicacia o la hostilidad de todos los varones de su entorno; Jack Straw, un pobre loco que ha sido liberado del sanatorio mental por la señora Wagner y que esconde entre los pliegues de su pasado un interesante secreto: trabajó al lado del doctor Fontaine cuando él estaba investigando en los aterradores venenos de los Borgia... Y si hablamos de personajes principales, mencionemos también a los que ocupan un discreto segundo plano: el pobre viejo que se enamora otoñalmente de una persona inadecuada; el empleado de un tanatorio, que no cesa de beber y recordar el suicidio de un compañero; los sirvientes que se mueven, británicos y modélicos, alrededor de sus señores sin abrir los labios... ¿Hacen falta más ingredientes para conseguir con esos mimbres una novela impactante? Pues añadan muertes misteriosas, hipocresías sociales, intereses económicos, sospechas constantes, robos inesperados y agiten la combinación durante más de trescientas páginas. Será difícil que salgan defraudados de este volumen.

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