Disfruto,
como quien saborea una pequeña caja de bombones selectos, el libro Elocuencias
de un tartamudo, de Eduardo Halfon. E insisto en mi idea de ir, poco a
poco, leyendo todas sus obras: me encanta su forma de escribir.
Aquí,
en este volumen publicado por Pre-Textos, nos encontramos con un bello
ramillete de historias entrañables (“A veces Micaela”) o terribles (“Peligro de
extinción”), donde se conserva en toda su pureza el aroma de la oralidad, y que
fueron escuchadas por el narrador “en Guatemala, en México, en Iowa City, en La
Habana, en La Rioja, en Ginebra” (p.12). Pero que nadie piense que esa oralidad
se traduce en un estilo desgalichado o ramplón. El guatemalteco dota siempre de
un brillo especial a sus páginas y se preocupa de que los adjetivos y los
verbos fuljan con una gracia extrema (uno de los personajes “hablaba áspero,
como roncando las palabras”, nos dice en la p.31). De tal manera que, seducidos
por la maravilla de su escritura, vamos enterándonos de cómo el baile puede
salvar una vida (“La pinta brava de un varón”), cómo existen árboles que
necesitan ayuda e instrucciones para fructificar (“La serenidad del brujo”) o
cómo ciertos profesores indignos, tras ser denunciados por acoso sexual, optan
por poner fin a su respiración (“Siempre un pecho”).
Una delicatessen, vaya.

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