Abres
este volumen de poesía porque te ha llamado mucho la atención su título: A
las fracciones papá les llamaba quebrados, algo tenía que romperse. Con una
sonrisa recuerdas que tu padre también te enseñó a sumar y restar quebrados, en
las siestas bochornosas de un lejanísimo agosto. Lees el nombre del autor:
Alkaíd Marino (Ciudad de México, 1980). Luego detienes tus ojos en el primer
poema, donde la madre “partía el pan sobre la mesa de la escasez” y donde el
padre “dividió el corazón de la familia”. E intuyes que vas a asistir a un
triste espectáculo de aritmética triste, a operaciones de fractura. Y así es,
en efecto.
El
niño mal estudiante nos confiesa con amargura que, tras las quejas del maestro
al padre, “el cinturón duele; duele en la espalda, en las piernas”; luego nos
habla de incomunicación y desajuste en el ámbito doméstico (“Un número / sobre
otro número: / mis padres jamás llegarían / a ningún resultado”); o comparte
con la persona que está leyendo la zozobra que suponía acudir todos los días a
clase (“Odié esa escuela: nadie quería ser mi amigo”); o susurra el
impresionante poema “Concilio del insomnio”, donde se dirige al padre, que
desapareció en su infancia. Y todo ese maelstrom de tristezas provoca que la
voz que dicta este poemario se adentre en sí misma: “Me da miedo. Me da miedo
ese lugar que soy. / Me da miedo la soledad. El frío que puedo ser: / estar
solo conmigo. Esas cosas que malgasto, / que rompo, que termino siendo. Me da
miedo”.
Un ejercicio durísimo de introspección, memoria y lágrimas que recomiendo leer en respetuoso silencio y en soledad.

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