¿Ante
qué clase de obra nos encontramos al abrir las páginas de Cuando corríamos
por la vida? La respuesta no es fácil, porque los poliedros no admiten
resumen. Pero arriesgaré una hipótesis: un libro de amor, por encima de todo.
Pero un amor expansivo, grande, tentacular, que adquiere ropajes diferentes:
amor a la pareja, amor a los hijos, amor a la vida misma, al transcurrir del
tiempo, a la exaltación de los sentidos físicos, al sexo, al olor de los
tomates recién cogidos, al periquito que se murió en su jaula, después de haber
alegrado con su trino redondo las estancias de la casa. Cuando corríamos por
la vida es pura vida, palpitación, plenitud. El gozo lo traspasa y le da
sentido. Nos habla de una niña que no entendió nunca por qué a los chicos les
estaban permitidas cosas que a ella no; que se sumergió en los libros que su
padre guardaba “en un mueble bajo, cerrado con llave”; que ha contemplado el
“verde gris de los olivos”; que ha tratado de conseguir que sus hijos se
conviertan en personas fuertes y felices; que ha circulado por la existencia
como un barco valiente y decidido; que nos hace temblar de emoción mientras
leemos el bellísimo homenaje “La cuerda que nos une”, dedicado a su progenitor;
que nos conduce hasta el llanto (a mí, al menos) con el conmovedor poema que
tributa a José Cantabella; y que, al cabo, nos relata muchos pliegues de su
corazón y de su memoria con versos magníficos, que nos susurran y nos erizan bajo
la excepcional ilustración que Carmen Cantabella asocia al poemario.
A
veces, la tiniebla del miedo se ha acercado hasta su corazón (esas noches en
que el hijo tarda demasiado en volver a casa) o hasta su familia (ese avispero
que no les deja ocupar la terraza y que es necesario suprimir); pero también la
lucha es vida, también el combate es éxito, también el coraje es memoria. Al
cabo, la mixtura de luces y sombras conforma, siempre, nuestros calendarios. Y
desde el hoy, contemplado retrospectivamente, todo adquiere dimensiones de
conformidad y de plenitud. Somos porque fuimos. Desde aquel primer beso hasta
ese salón donde envejecemos con orgullo y con dignidad. Juntos.
Qué bello volumen. Qué gran acierto pasear por sus páginas. Qué gran poeta es Teresa Vicente.
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