Goethe
escribió famosamente sobre las “afinidades electivas” y, en ocasiones, he
pensado en cuánto de afinidad electiva inversa hay en el mundo de los
libros. Porque estoy convencido de que son las obras (o, dicho de una forma
quizá más exacta, los estilos) los que te buscan a ti. Y, también, los
que te apartan. Estilos como los de Marguerite Duras, Hemingway o Faulkner, a
mí, concretamente, me tiran para atrás. No me interesan. No me seducen. No son lo
mío. Pero otros sí que lo son, desde mi primer encuentro: Cortázar, Borges,
Neruda, Delibes. Entre mis contemporáneos también he encontrado algunos de esos
imanes luminosos; y Jesús Feliciano Castro Lago figura en dicha nómina.
Lo
corroboro con la lectura de Cobardes (Siete relatos sobre gente como tú y
como yo), que el sello Talentura tuvo el acierto inteligente de publicar y
que nos entrega unas espléndidas narraciones sobre quebrantos del corazón y
sobre flaquezas del espíritu que están protagonizadas (nunca un subtítulo fue
tan verdadero y tan atinado) por personas como nosotros: novias infieles que
deben enfrentarse a un vuelco en sus vidas; mujeres que tropiezan con antiguas
compañeras de instituto; esposas que sufren la humillante realidad de que sus
maridos las engañan de forma flagrante; niñas que sienten en su primera
revisión ginecológica la incomodidad de unos tocamientos sospechosos;
profesores sometidos a una experiencia vejatoria; viudas súbitas; o madres que
deben cuidar de la nueva (y al principio indeseada) mascota de su hija. Seres
heridos, infelices y atribulados que soportan los oleajes de un océano llamado
mundo; y que, como sea, tienen que sobrevivir.
Castro Lago es maravilloso, oigan ustedes. Si yo tuviera 19 años, en lugar de 59, escribiría que soy muy fan. Búsquenlo.

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