martes, 18 de noviembre de 2025

El cuerpo del día

 


Hace demasiado tiempo (ay) que no releo los versos de Fulgencio Martínez, así que dedico la tarde del lunes a pasearme por las espléndidas páginas de El cuerpo del día, que publicó Renacimiento en 2010 con prólogo de Luis Alberto de Cuenca. Con el habitual virtuosismo, el escritor murciano desarrolla su voz lírica y filosófica, que omite los adornos espurios y se ciñe a un proceso comunicativo de admirable sequedad. Porque su poesía no es (nunca ha sido) una pirotecnia de colores, ni tampoco una fanfarria de orquestina de pueblo, llena de confetis y musiquitas pegadizas, sino todo lo contrario: un esfuerzo, casi juanrramoniano, de pulcritud esquelética. Como el jardinero que mira un bonsái y lo poda con escrúpulo de microbiólogo, nuestro poeta detiene su mirada en las aristas de la frase, en los vértices de las palabras, en los ritmos subterráneos, y ejecuta sobre ellos su labor paciente, implacable, invisible. El resultado es un poemario donde nos sorprenden verbos inesperados (“Quizá su presencia diga un brillo”), sustantivos de llamativa rareza (“Fijo en el darién / donde comienza la tierra firme”), adjetivos para la sonrisa (“Es azul como un pensamiento”) y, en fin, una música callada pero real, que impregna las páginas de un libro destinado al silencio y la relectura.

Acudo a las páginas 16 y 17 (“Añoro las épocas en que la libertad / era una epidemia / y únicamente se la podía combatir / para destruirla; / no como ahora, ignorándola”). Acudo a la página 23 (“Nuestro arte tiene un deber moral: la esperanza”). Acudo a la página 26 (“Ignoran que ser hombre es construir / cada día una ventana en la niebla”). No será necesario que siga añadiéndoles citas: estoy convencido de que ahora son ustedes quienes desean acudir al libro.

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