Se
me acerca mi hijo Álvaro y me invita a subir a un avión, para realizar un
vuelo. Yo, que confío en su criterio, subo las escalerillas de forma decidida
y, antes de sentarme en mi butaca, descubro que el piloto de la nave es un
hombre altísimo que se llama César Mallorquí. Pregunto entonces a la azafata
qué nombre tiene el aparato y me dice que Manual de instrucciones para el
fin del mundo. La miro con asombro: “¿La segunda parte de La estrategia
del parásito?".
Ella asiente y me ruega que me abroche el cinturón, porque el viaje va a
comenzar. Tragando saliva, y mientras descubro a mi hijo saludándome desde la
pista, lo hago.
En
ese vuelo descubro millones de cosas, que resultaría imposible resumir aquí,
pero de las que puedo darles algunas pistas (sin destripar nada): un grupo de
hackers informáticos que se unen para luchar contra la amenaza que supone
Miyazaki para la humanidad; un japonés que descubre su parte de culpa en el
surgimiento del monstruo; la mafia rusa, que opta por sumarse al combate contra
el parásito; refugios perdidos en mitad de bosques; misteriosas instalaciones
en las que se almacenan peligros cuidadosamente embalados en cajas de cartón;
un laboratorio donde se trabaja con una bacteria apocalíptica; sustos y
disparos en mitad de la noche; persecuciones a toda velocidad por carreteras
secundarias; y, por si todo eso les resultara insuficiente, el propio César
Mallorquí y su esposa Pepa aparecen como personajes protagonistas en la novela…
En serio, ¿necesitan más detalles para reservar un asiento junto al mío, en
este avión?
Me perdonarán si continúo con mi fijación (y si no me perdonan me da lo mismo: soy terco como una mula): César es el Amo. El Jefe. El Rey. Narra como nadie. Atrapa como nadie. Así que cuando he llegado al aeropuerto y me he bajado de la aeronave, he telefoneado a mi hijo Álvaro y le he preguntado, con la respiración aún alterada, si hay continuación de esta historia. “Sí, papi”, me ha dicho. “Se titula La hora zulú”. He apuntado el título en mi moleskine. Ya tengo mi próxima compra decidida.
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