“¿Para
eso embarcamos? Huir, huir ¿de quién? ¿Para qué? ¿Huir cada vez más lejos de
nuestras familias, de nuestro país? No conseguía entender el significado de
aquel viaje, el cansancio, los muertos, el hambre y penurias pasadas.
Llevábamos seis largos años, o siete, había veces que ya no sabía ni el día, ni
el mes, ni el año. Solo había hambre, desnutrición, íbamos con harapos y sobre
todo había frío, barro, lluvia y nieve. Aquello se convirtió en un largo
invierno”. Quien así se expresa, en la página 115 de esta obra, es Elena, una
muchacha que ha salido de España en el año 1937, acompañando a los niños
republicanos que fueron amparados por la Unión Soviética. Desde entonces, la
vida ha ido poniendo ante sus ojos un espectáculo variopinto de emociones,
sobre todo negativas, que han moldeado su espíritu: ha visto cómo muchas
criaturas morían de hambre y de frío, ha observado con estupor la embriaguez de
unos soldados que sobrellevan la soledad y la amargura a base de vodka, ha
escuchado los aullidos de los lobos en los bosques nocturnos, ha soportado
bombardeos y ráfagas de balas, ha sentido la mordedura criminal de la nieve en
los dedos de sus pies. Pero también, porque la vida no es monocolor, ha sentido
la ternura de un abrazo en medio del miedo (como diría Blas de Otero), ha
notado el apoyo generoso de las gentes humildes, ha escuchado el impulso de un
corazón que late para cumplir un proyecto.
Con gran emoción y con una prosa atractiva, la granadina Teresa Nieta Peca nos ofrece una entrañable crónica sobre aquellos años difíciles, en los que todas las ilusiones parecían condenadas a marchitarse, erosionadas por un entorno cruel y huérfano de misericordia. Por fortuna, la magia de esta novela nos sirve para que el olvido no cubra de invisibilidad la experiencia de aquellas personas, que sufrieron en sus carnes y en sus almas el zarpazo del infortunio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario