Hay
circunstancias en la vida que no estamos preparados para encajar. Podemos
encajar (qué remedio) la muerte de un familiar o de un amigo, porque aunque
resulte dolorosa forma parte de la sustancia de nuestra existencia. Pero
ante el accidente nos encontramos desarmados, paralizados, perplejos:
esa riada que nos deja sin hogar o, como en el caso del escritor Hanif
Kureishi, ese golpe fortuito que te deja convertido en un ser tetrapléjico,
incapaz de mover brazos o piernas. De ser una persona que puede realizar sin
más reflexión y sin más esfuerzo todas las actividades cotidianas, ahora te
resulta imposible caminar, comer, ir al aseo, ducharte, cepillar tus dientes,
coger la taza de café, subir una simple escalera, rascarte cuando te pica. A él
le ocurrió en una ciudad alejada de su Inglaterra natal (en Roma,
concretamente), y eso complicó todavía más sus primeras semanas de atención
hospitalaria, que debió cursarse entre personas con las que no se podía
comunicar. El escritor de éxito (comenzó a alcanzar fama cuando escribió el
guion de la película Mi hermosa lavandería, dirigida por Stephen
Frears), de pronto, se convierte en un animalillo desvalido, al que deben
asear, al que pinchan heparina, al que ayudan a evacuar mediante digitaciones
anales y al que no pueden facilitar ningún tipo de esperanza sobre su recuperación
futura. “Mis mecanismos de defensa, el buen ánimo y mi talente bromista no son
suficientes para digerir todo esto: el olor a hospital, la desesperación, la
incapacidad de aceptar mi situación, la permanente constatación de que soy un
inválido. Me hundo en una desesperanza que jamás había sentido en mi vida”,
dice con desgarro en la página 94 de estas memorias, que fue dictando a
distintos familiares durante el año siguiente a su infortunio.
Ahora,
traducido por Mauricio Bach, este volumen terrible es publicado por el sello
Anagrama con el título de A pedazos y contiene, además de fragmentos de
enorme amargura (“Estoy sufriendo más de lo que merezco”, p.153), otro tipo de
anotaciones: aquellas en las que Kureishi reflexiona sobre el estado de la
sanidad pública en el Reino Unido, sobre los cambios que ha observado en Europa
durante las últimas décadas (“Por desgracia, la batalla por las libertades
conquistadas en la década de los sesenta tiene que volver a librarse una y otra
vez. A veces tengo la sensación de que hemos retrocedido”, p.102) e incluso
líneas en las que advierte la bondad que emana de muchas personas de nuestro
entorno, que parecen estar esperando la ocasión propicia para mostrar su cara
más admirable (“La historia completa también incluye momentos de armonía,
felicidad y la delicia de disfrutar de la compañía de otras personas. La gente
desea entregarse a los demás; puede llegar a ser muy altruista. La amabilidad y
la bondad no son muy espectaculares, pero están por todas partes”, p.122).
Una lectura intensa y nada angelical, donde Hanif Kureishi nos habla de drogas, de sexo, de mierda, de ideas suicidas, de egoísmo, de dependencia, de ira y de reconstitución, con una dureza que nos obliga a formularnos la más terrible de las preguntas: “¿Qué haría yo, en sus circunstancias?”.
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