La
elegancia. La elegancia narrativa de Víctor Colden. He pensado en muchos
inicios posibles para esta nota de lectura de La cinta verde (Abada
Editores), pero tras barajar media docena de posibilidades (que incluían
referencias a la belleza literaria, a la melancolía, a la perfección sutil de
los argumentos o a la solidez de sus personajes) he terminado volviendo a la
palabra que giraba en mi cabeza desde el principio, como cifra y resumen, como
aleph del tomo: elegancia.
Me
adentré en el volumen con “Queda el río” y la historia de amor interrumpido
entre Marcos y Nekane, que tuvo un segundo capítulo lánguido de gran belleza
triste; luego escuché de labios de Ginés Valdoria el extraño sortilegio que un
camarero pareció deslizar sobre él en un hotel parisino; más tarde, descubrí ese
relato de admirable espontaneidad oral que se titula “Camanances” (el cual finge
ser la transcripción de un largo mensaje de audio por WhatsApp); a
continuación, me entristecí con las penalidades matrimoniales de Graciela, que
vive entre los fríos de Islandia junto a un hombre del que ya no se encuentra
enamorada como en los primeros tiempos; tras eso, sentí la respiración alterada
mientras Ramón Ginebre vuelve a la vieja casa donde vivía con Mariola, para
recuperar a tiempo unas pertenencias, antes de que el despecho las aniquile; y
me emocioné con el ingenuo amor imposible de Manu; y también con los efluvios
que emanaban de una cinta antigua, guardada en una pequeña caja de madera.
Con
una asombrosa fluidez, el madrileño Víctor Colden nos va desgranando estas
historias de un modo bellísimo, y produce la sensación (en mi caso, esa
sensación ha sido muy enérgica) de que suspende el ruido que rodea al
lector y lo hace vivir en y para el relato. Esa destreza, que no sé cómo
diablos consigue, me resulta cautivadora, porque no solamente captura mi
atención, sino que la retiene sin esfuerzo hasta que la última palabra del
texto se apaga en mis ojos. Y justo en ese instante descubro que el cuento no
ha concluido, sino que simplemente muta de estado: de la solidez negra de la
tinta pasa a la transparencia gaseosa del recuerdo. Y ya me pertenece (y yo le
pertenezco a él).
La cinta verde es una auténtica maravilla. Esta Navidad volveré a leer el libro, en cualquier tarde de frío y café. Espero que me acompañen.
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