domingo, 21 de septiembre de 2025

La cinta verde


 

La elegancia. La elegancia narrativa de Víctor Colden. He pensado en muchos inicios posibles para esta nota de lectura de La cinta verde (Abada Editores), pero tras barajar media docena de posibilidades (que incluían referencias a la belleza literaria, a la melancolía, a la perfección sutil de los argumentos o a la solidez de sus personajes) he terminado volviendo a la palabra que giraba en mi cabeza desde el principio, como cifra y resumen, como aleph del tomo: elegancia.

Me adentré en el volumen con “Queda el río” y la historia de amor interrumpido entre Marcos y Nekane, que tuvo un segundo capítulo lánguido de gran belleza triste; luego escuché de labios de Ginés Valdoria el extraño sortilegio que un camarero pareció deslizar sobre él en un hotel parisino; más tarde, descubrí ese relato de admirable espontaneidad oral que se titula “Camanances” (el cual finge ser la transcripción de un largo mensaje de audio por WhatsApp); a continuación, me entristecí con las penalidades matrimoniales de Graciela, que vive entre los fríos de Islandia junto a un hombre del que ya no se encuentra enamorada como en los primeros tiempos; tras eso, sentí la respiración alterada mientras Ramón Ginebre vuelve a la vieja casa donde vivía con Mariola, para recuperar a tiempo unas pertenencias, antes de que el despecho las aniquile; y me emocioné con el ingenuo amor imposible de Manu; y también con los efluvios que emanaban de una cinta antigua, guardada en una pequeña caja de madera.

Con una asombrosa fluidez, el madrileño Víctor Colden nos va desgranando estas historias de un modo bellísimo, y produce la sensación (en mi caso, esa sensación ha sido muy enérgica) de que suspende el ruido que rodea al lector y lo hace vivir en y para el relato. Esa destreza, que no sé cómo diablos consigue, me resulta cautivadora, porque no solamente captura mi atención, sino que la retiene sin esfuerzo hasta que la última palabra del texto se apaga en mis ojos. Y justo en ese instante descubro que el cuento no ha concluido, sino que simplemente muta de estado: de la solidez negra de la tinta pasa a la transparencia gaseosa del recuerdo. Y ya me pertenece (y yo le pertenezco a él).

La cinta verde es una auténtica maravilla. Esta Navidad volveré a leer el libro, en cualquier tarde de frío y café. Espero que me acompañen.

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