sábado, 27 de septiembre de 2025

Jorge Luis Borges. Un destino literario

 


No sabría precisar con exactitud la fecha en que comencé a leer a Jorge Luis Borges, pero calculo que hacia 1987. Diría que fueron uno o dos cuentos sueltos. Tal vez algún poema. Más tarde, hacia 1988-1989, tuve la suerte de tener como profesor a un excelente conocedor de su obra, Vicente Cervera Salinas, que me abrió el hambre por devorar, como después hice, la mayor parte de sus libros. Hace muy pocos días, la editorial Cátedra tuvo la generosidad de enviarme el tomo Jorge Luis Borges. Un destino literario, del profesor argentino Lucas Adur; y paseándome por sus páginas, y subrayándolas, y llenándolas de notas y de asteriscos en los bordes, he vuelto a sentir la fascinación por la figura gigantesca del autor de El Aleph.

Lo he visto, tartamudo y con gafas, cuando era niño. He conocido muchos detalles que ignoraba de su bisabuelo Isidoro Suárez, héroe en la carga militar de Junín, y de su abuela Fanny Haslam, lectora minuciosa de la Biblia. He descubierto su entusiasmo juvenil por la revolución soviética, que “no fue, entonces, tan efímero ni inespecífico como quiso recordar años después, desde una posición política muy distinta” (según anota Adur en la p.74). He tenido acceso a un buen resumen de su atribulada iniciación erótica en un prostíbulo, en el verano de 1918, de la mano de su padre. He aprendido que en su época juvenil no era un sabio apacible y encerrado en la biblioteca, sino un muchacho muy activo en tertulias, cenas, paseos y homenajes a escritores (“Bailaba tangos y milongas, fumaba, bebía con cierta frecuencia y era capaz de discutir a los gritos o hasta agarrarse a golpes en el fragor de aquellas noches”, p.163). He conocido detalles jugosos de su amistad con Xul Solar, Alfonso Reyes, Macedonio Fernández o Cansinos-Assens, aparte de su relación simbiótica y entrañable con Adolfo Bioy. He corroborado la imagen que tenía de Borges como un enemigo acérrimo de Perón (aunque descubro con asombro que la amenaza de ser nombrado “inspector de aves” quizá pertenezca más a una leyenda fabricada por el propio escritor que a una realidad: el profesor Adur sostiene que no existe constancia de ese nombramiento y que todo apunta a una invención de Borges para disfrazarse irónicamente de víctima). Y subrayo con asombro la identidad del profesor de literatura que consiguió que el gran maestro argentino redactase un prólogo para un libro de cuentos escritos por sus alumnos adolescentes (en la página 450 nos espera la gran sorpresa de descubrir su nombre).

Además, los infinitos viajes de Borges por todo el mundo, los infinitos premios que le fueron otorgados (se pierde la cuenta de los doctorados honoris causa), los infinitos enamoramientos “blancos” (Bioy dixit) que experimentó durante su vida o las polémicas que, adventiciamente, fue gestando o se fueron adhiriendo a su leyenda.

El resultado final es un volumen espléndido, rico, poliédrico, que entiendo que alcanza la categoría de imprescindible para quienes amamos al Maestro.

No hay comentarios: