El
retorno del guerrero que vuelve de una guerra ha generado infinidad de obras
literarias, desde La Odisea hasta la actualidad. Una parte de ella glosa
los fulgores del héroe que es recibido con agasajos y vítores; otra parte,
detalla la tristeza del personaje que, tras regresar, se encuentra con el
desprecio de sus congéneres, no conformes con el resultado de esa guerra. Pero
lo que explora en estas páginas el gallego Manuel Rivas es mucho más sutil: la
soledad que rodea a quien retorna de una guerra que, oficialmente, no ha
existido, porque los medios de comunicación han recibido la orden de ocultarla.
Ocurrió durante los primeros años del franquismo, con los combates en Sidi
Ifni, de los cuales ha vuelto Arturo Piñeiro, exboxeador con el apodo de Robinson
y personaje de la resistencia contra el dictador con el apodo de Caronte.
Después de haber sido legionario y haber visto matar y morir, vuelve a su
tierra y arrienda un bar con Lucía. La vida tiene que seguir, pero las
ignominias que perpetra el Caudillo y el ambiente mefítico que impregna el país
lo obligan a adoptar una posición. Tal vez no sea posible el éxito (“Yo no sé
si hay llave, pero hay que vivir como si la hubiese”) y tal vez el desánimo
intente desbaratarlo en más de una ocasión (“Nacer es lo que peor me ha
sentado”), pero el corazón exige que se actúe.
Esta
obra teatral, dividida en trece escenas, nos muestra la brillantez compositiva
y el chisporroteo verbal que siempre encontramos en los libros de Manuel Rivas,
que en este caso se concentran de forma especialmente brillante en las
acotaciones, que llegan a sorprendentes aciertos (“Entran rendijas de luz
matinal. El bar presenta ese desperezarse de las sillas que aprovechan el
momento para sentarse sobre sí mismas”), y en algunos fragmentos del diálogo,
donde la lírica y la desesperanza trenzan secuencias memorables.
El que sabe, sabe. Y Rivas es uno de los que más saben.
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