Vuelvo
a pasearme, veinte años después de mi primera visita, por los Retratos
familiares de Ricardo Sumalavia, donde redescubro las interesantes
historias que el volumen cobija, y que sirven para adentrarse por los pasillos
menos luminosos y menos complacientes del alma humana. Vemos a Marcelo, que
convive con Sandra y que decide instalar en casa a su hermano, que acaba de
salir de un sanatorio mental (“Retorno”); acompañamos a un padre y su hijo, que
se encaminan a la casa de una mujer para comunicarle la dolorosa noticia de que
su marido acaba de morir en un atropello (“Puertas marrones”); conocemos a la
joven Olenka, cuyo padre ha fallecido y que tiene que compartir domicilio con
su madrastra Marina (“La ofrenda”); leemos la historia del joven periodista
que, embriagado por la belleza de su vecina Isabel, termina manteniendo
relaciones sexuales con ella y con su amiga Marcia (“Los climas”); viajamos
junto a Mirna, que regresa en avión de un largo viaje y que experimenta en el
aeropuerto una escena de reunión familiar (“La herida”); o nos sentamos con
Maribel y su padre en un restaurante donde se produce una riña poco agradable
en la mesa próxima (“Familia”).
El
narrador peruano dibuja con pincel muy fino, y con él construye escenas de una
delicada textura, que los lectores debemos completar concentrando nuestra
atención en todos los pliegues del lenguaje, en todas las luces y sombras del
comportamiento de sus personajes. De esa forma, se consigue penetrar con la
hondura necesaria en el pozo del relato.
Créanme que merece la pena.
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