Años
después de que muera Eloísa (quien abandonó su pueblo para irse a Francia y
construir allí una familia), su hija decide volver a sus raíces y visitar el
valle pirenaico donde aún viven sus tíos, a quienes no conoce, pero a los que
ha avisado por carta de sus intenciones. Para su decepción, el encuentro se
tiñe con colores más bien fríos: es recibida de un modo protocolario y
silencioso, cauto y seco, que le hace pensar que quizá no debería haber tomado
esta decisión.
Sabe
que su madre y sus tíos, antaño, jugaban a todo tipo de aventuras, y que en una
ocasión creyó verla a ella, su hija, anticipadamente, como en una especie de
ensoñación vivísima. Ahora descubre también que su madre fue una virtuosa del
diábolo, que adoraba ser balanceada por ellos en el columpio… y que se marchó
del valle en medio de circunstancias más bien confusas, que incluían el desdén
y el rencor. De hecho, la hija termina descubriendo en un cajón secreto todas
las cartas que durante años les estuvo enviando desde Francia, sugiriendo una
visita, sin que ellos en apariencia abrieran ninguna. ¿Qué extrañas y graves
heridas se mantuvieron abiertas durante décadas, sin que nadie se preocupara
por sanarlas?
Observando,
la narradora de la historia va extrayendo conclusiones sobre los detalles del
tiempo pasado y sobre las singularidades del presente; y no todas son
agradables.
Cristina Fernández Cubas construye en El columpio una narración poderosa, sofocante y melancólica, llena de pasillos oscuros, en la que los dolores antiguos y las insanias del presente caminan de la mano para mantener a los lectores con el corazón en la garganta. Interesante.
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