miércoles, 6 de septiembre de 2023

Epistolario

 


Leo en la edición de Agustín Sánchez Vidal para Alianza Tres la Correspondencia de Miguel Hernández, que lleva un pequeño prólogo de Josefina Manresa. Me ha resultado muy emocionante leerlas, porque me ha permitido hacerme un dibujo mental de las situaciones vitales y poéticas por las que atravesó el poeta oriolano.

Al principio, produce mucha tristeza comprender el continuo “ejercicio de súplicas” que impregna sus misivas: pidiéndole a Juan Ramón Jiménez que lo reciba en su casa y que le permita leerle unos poemas inéditos; rogándole a Federico García Lorca que interceda por él en algunos ambientes (“Moléstate un poco más por mí, hazme el favor. No te escribo más: ésta es mi última carta; en ella me lo juego todo”, febrero de 1935); suplicando a Pablo Neruda o al alcalde de su pueblo que le consiga una colocación; instando a su amigo Gabriel Sijé para que le mande dinero a Madrid, con el fin de pagar deudas (el dinero es el gran tema sofocante, que recorre estas páginas de forma obsesiva)… Pero también advertimos en estas misivas el profundo orgullo (incluso cierta vanidad hiperbólica) que despliega con respecto a sus versos. Pese a la pregonada humildad de la que continuamente hace gala, no duda en dejar que brote la rabia cuando le escribe al poeta de Fuente Vaqueros: “Usted sabe bien que en este libro mío hay cosas que se superan difícilmente y que es un libro de formas resucitadas, renovadas, que es un primer libro y encierra en sus entrañas más personalidad, más valentía, más cojones (a pesar de su aire falso de Góngora) que todos los de casi todos los poetas consagrados” (abril de 1933).

Mucho más dulces y placenteras son las misivas que dirige a Carmen Conde, Antonio Oliver Belmás y María Cegarra, amigos de Cartagena y La Unión, cuyas amistades sí que se advierten (no así con García Lorca) recíprocas. Igualmente es emocionante leer las cartas que envía a los padres de Ramón Sijé tras la muerte de este, pidiéndoles que lo sigan considerando hijo suyo; o el modo triste (esa doble palabra temblorosa) en que pregunta en septiembre de 1936 a José María de Cossío: “¿Es cierto, cierto lo de Federico García Lorca?”; o el tono terrible en que, dirigiéndose también a Cossío en septiembre de 1939, le suplica: “Pienso en su tierra de Tudanca, y a estoy dispuesto a trabajar en ella, a pastorear sus vacas, a lo que sea un trabajo manual, con tal de sacar mi familia, numerosa y necesitada, adelante. Si puede enviarme algún anticipo, o como quiera llamarle, por mi futuro trabajo en su tierra, hágalo sin demora, porque el hambre apremia”.

Qué años más duros y penosos le tocaron vivir al gran poeta.

Estas cartas (que conviene leer con lentitud y en el mayor de los silencios) están empapadas de esa circunstancia triste.

Conmovedoras.

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