martes, 12 de septiembre de 2023

No te veré morir

 


“Pasan los años y la vida tiene el color de los sueños incumplidos”. Lo escribió el gran poeta Pascual García, pero podría haberlo escrito el gran novelista Antonio Muñoz Molina como pórtico o como epílogo de su novela No te veré morir, de reciente publicación en Seix Barral. Porque, en esencia, la propuesta que nos regala esta vez el narrador jienense se articula alrededor de aquellas ilusiones o de aquellos paraísos que abandonamos o nos arrebatan, y que sólo logramos recuperar (si tenemos suerte) al final del camino, aunque sea de forma vicaria, melancólica o incompleta.

Gabriel Aristu ha tenido una vida, sin duda, exitosa: gracias a la esmerada educación que le pagaron sus padres, realizando muchos sacrificios (en el British Council de Madrid), ha podido alcanzar un elevado estatus económico en Estados Unidos. Tiene una esposa (Constance), un exquisito círculo de amigos (donde se integran personajes del mundo de las finanzas, la política, el arte y la banca) y un hogar lujoso, de los que ahora podría disfrutar plenamente gracias a la llegada de su jubilación. Pero una charla casual con Julio Máiquez, experto en arte que ha venido también de Madrid y que se convierte pronto en una especie de protegido suyo, vuelve a colocar en sus oídos un nombre: Adriana Zuber. Ella fue el gran amor de su juventud, aunque Gabriel prefirió desoír las llamadas de su corazón y trasladarse a California, con el fin de cumplir el destino de bonanza que sus padres habían diseñado con mimo para él. Quizá hizo bien; quizá se equivocó. Quién puede conocer con certeza la respuesta más adecuada, en este tipo de situaciones de bifurcación. Durante cuarenta y siete años no ha sabido nada de Adriana Zuber, pero la melancolía de su senectud (matizada por la superación de un cáncer) lo impulsa a subirse a un avión, tras mentir a su esposa sobre el destino de su viaje, que lo conducirá hasta su viejo Madrid, donde Adriana continúa viviendo en la misma casa.

Dividida en cuatro partes (que incluso parecen dotadas de cuatro respiraciones diferentes), la narración nos surte lentamente de detalles sobre la longitud de un amor dulce y quebrado, que ha nutrido de forma invisible toda la existencia de Gabriel, aunque sólo en la vejez haya sido consciente de las dimensiones reales de la herida que aquella ruptura trazó en su alma. En el mundo de los sueños sí que ha persistido la memoria de Adriana, pero en la realidad (en su universo de inviernos nevados, calefacción confortable, viajes continuos, contactos con gentes de elevado poder y restaurantes de precio prohibitivo) ha intentado mantenerla sepultada, neutralizada, invisible. Al rebasar la frontera de los setenta años, por fin, Gabriel ha tomado la decisión de enfrentarse a su ayer y reencontrarse con Adriana, aunque nunca hubiera podido imaginarse la sorpresa que le aguardaba en aquel salón donde ella lo estaba aguardando.

Escrita con la prodigiosa habilidad de siempre, No te veré morir se erige en una de las obras más melancólicas y perfectas de Antonio Muñoz Molina, quien, como pedía Baudelaire, es un novelista sublime sin interrupción.

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