“Pasan
los años y la vida tiene el color de los sueños incumplidos”. Lo escribió el
gran poeta Pascual García, pero podría haberlo escrito el gran novelista
Antonio Muñoz Molina como pórtico o como epílogo de su novela No te veré
morir, de reciente publicación en Seix Barral. Porque, en esencia, la
propuesta que nos regala esta vez el narrador jienense se articula alrededor de
aquellas ilusiones o de aquellos paraísos que abandonamos o nos arrebatan, y
que sólo logramos recuperar (si tenemos suerte) al final del camino, aunque sea
de forma vicaria, melancólica o incompleta.
Gabriel
Aristu ha tenido una vida, sin duda, exitosa: gracias a la esmerada educación
que le pagaron sus padres, realizando muchos sacrificios (en el British Council
de Madrid), ha podido alcanzar un elevado estatus económico en Estados Unidos.
Tiene una esposa (Constance), un exquisito círculo de amigos (donde se integran
personajes del mundo de las finanzas, la política, el arte y la banca) y un
hogar lujoso, de los que ahora podría disfrutar plenamente gracias a la llegada
de su jubilación. Pero una charla casual con Julio Máiquez, experto en arte que
ha venido también de Madrid y que se convierte pronto en una especie de
protegido suyo, vuelve a colocar en sus oídos un nombre: Adriana Zuber. Ella
fue el gran amor de su juventud, aunque Gabriel prefirió desoír las llamadas de
su corazón y trasladarse a California, con el fin de cumplir el destino de
bonanza que sus padres habían diseñado con mimo para él. Quizá hizo bien; quizá
se equivocó. Quién puede conocer con certeza la respuesta más adecuada, en este
tipo de situaciones de bifurcación. Durante cuarenta y siete años no ha sabido
nada de Adriana Zuber, pero la melancolía de su senectud (matizada por la
superación de un cáncer) lo impulsa a subirse a un avión, tras mentir a su
esposa sobre el destino de su viaje, que lo conducirá hasta su viejo Madrid,
donde Adriana continúa viviendo en la misma casa.
Dividida
en cuatro partes (que incluso parecen dotadas de cuatro respiraciones
diferentes), la narración nos surte lentamente de detalles sobre la longitud de
un amor dulce y quebrado, que ha nutrido de forma invisible toda la existencia
de Gabriel, aunque sólo en la vejez haya sido consciente de las dimensiones
reales de la herida que aquella ruptura trazó en su alma. En el mundo de los
sueños sí que ha persistido la memoria de Adriana, pero en la realidad (en su
universo de inviernos nevados, calefacción confortable, viajes continuos,
contactos con gentes de elevado poder y restaurantes de precio prohibitivo) ha
intentado mantenerla sepultada, neutralizada, invisible. Al rebasar la frontera
de los setenta años, por fin, Gabriel ha tomado la decisión de enfrentarse a su
ayer y reencontrarse con Adriana, aunque nunca hubiera podido imaginarse la
sorpresa que le aguardaba en aquel salón donde ella lo estaba aguardando.
Escrita con la prodigiosa habilidad de siempre, No te veré morir se erige en una de las obras más melancólicas y perfectas de Antonio Muñoz Molina, quien, como pedía Baudelaire, es un novelista sublime sin interrupción.
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