Resulta
muy difícil (es una opinión que la experiencia me corrobora de continuo)
componer un buen libro de microrrelatos, porque quien maneja el volante de las
narraciones tiene que estar sorteando a gran velocidad y sin permitirse ninguna
vacilación las curvas del chiste, de la gracieta, de la boutade y de la
diapositiva. El lector, desde luego, no le dará tregua, ni le permitirá
medianías. Y así tiene que ser: a una mesa de comedor se le puede tolerar una
falla o una astillita; a un presunto diamante, no. De ahí que volúmenes como La
soledad del farero y otras historias fulgurantes, del leonés Fermín López
Costero, se agradezcan tanto.
En
sus páginas nos encontramos con ese farero que idea una estrategia para
erosionar la soledad extrema en que vive; con el fallecimiento de dos
antropólogos en circunstancias harto misteriosas; con la decepción y el miedo
que experimenta un zorro tras disfrazarse de gallina; con los beneficios que
pueden derivarse de la excesiva carga burocrática que soporta el Diablo; con
las desastrosas consecuencias de mostrarse demasiado locuaz con el compañero de
viaje en el autobús; con un hermético club de poetas invidentes, que inauguró
un griego y que en el siglo XX presidió un argentino; con una importante
cirugía que no se puede realizar por motivos religiosos; con las obsesivas
navegaciones por internet de un hombre recién divorciado; y, en fin, con todo
tipo de fantasmas, sirenas, gnomos y personajes sorprendidos al filo de la
sorpresa.
Este tomo regala una gran cantidad de momentos felices. Creo que merece la pena leerlo.
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