martes, 1 de agosto de 2023

Las demoras

 


Existe una poesía sin duda interesante, pero quizá demasiado aparatosa, en la que todo (o casi todo) se cifra en el estruendo y en la obnubilación del lector: vocabulario, erudiciones, ambientación deliberadamente exótica, citas en varios idiomas, metafísicas inextricables... Pero a mí siempre me ha atraído más la poesía honda, sencilla, comunicativa, cercana; la poesía en la que siento la voz de la persona que escribe, cuyo mensaje me llega sin estridencias y sin trajes nuevos del emperador. Quizá por eso me gustan tanto los versos de autores como José Alcaraz, en cuyo reciente libro Las demoras, publicado por La Veleta (dirigida por Andrés Trapiello), vuelvo a encontrarme con todos los primores temáticos y estilísticos que ya tuve el placer de descubrir en Edición anotada de la tristeza, en Vino para los náufragos y en El mar en las cenizas.

Dueño desde el principio de un manejo muy acertado de la palabra poética, el paso de los años actúa sobre sus versos como una brisa o como un oleaje manso y paciente: los pule, los abrillanta, los redondea. José Alcaraz se refugia en la humildad (la composición con la que se abre el libro se titula, significativamente, “Bosquejos”), pero su mirada y su verbo se elevan muy alto para hablar del cabello de la amada, de un día de agosto adentrándose en el mar, de la casa de sus padres (donde aún permanece un buen porcentaje de su biblioteca juvenil), de la voz de Walt Whitman, de una pinada, del vino que se derrama sobre un mantel o de las peluquerías de caballeros. Y, asaltados por la luz continua de sus palabras, queda en nosotros resonando la magia de poemas como “Mi regalo”, “Clase vacía” o el delicioso “Casi un poema a mi hijo”.

¿Cómo lo consigue? Pues no tengo ni idea, pero siempre ha sido privilegio de los mejores magos dejarnos con la boca abierta, mientras de sus chisteras negras y aparentemente simples extraían todo tipo de palomas, pañuelos de colores, conejos blancos o explosiones de confeti. José Alcaraz es un mago único, del que siempre espero el esplendor; y a fe que ha vuelto a dármelo.

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