Algunos
actos de nuestra vida acaecen sin generar consecuencias, pero no ocurre así, de
ninguna manera, con el cupón que falsifica Mitia por consejo de un amigo. El
muchacho necesita dinero para pagar una deuda, su padre es un hombre estricto
que no quiere adelantarle esa cantidad… y la tentación que le pone ante los
ojos su amigo Majin es muy poderosa: con una pluma, añade un 1 delante del 2’5
del cupón y aumenta así diez rublos de su valor. Una pequeña gamberrada de
jóvenes, si se quiere, pero que tendrá consecuencias apocalípticas en manos de
Lev Tolstói, quien usa este arranque argumental para urdir la historia de El
cupón falso, que traduce Víctor Gallego e ilustra Ana Pez (Nórdica Libros).
Moviéndose
de mano en mano, ese cupón falso genera un efecto “bola de nieve” absolutamente
abrumador: personas que se sienten engañadas y que optan por engañar a otros,
personas que se abalanzan por el camino oscuro y cometen crímenes, personas que
pierden toda confianza en el ser humano y se dedicarán a sembrar el mal por
donde vayan… Pero también (porque al efecto “bola de nieve” sucede el efecto
boomerang) personas que descubrirán la luz de la fe (sobre todo a través de la
lectura de la Biblia) y que enmendarán los yerros de su existencia para
adentrarse por un sendero distinto. Tolstói nos invita así a que lo acompañemos
por un viaje circular, que se inicia con el desaprensivo adolescente Mitia y
que culmina años más tarde con el ingeniero Mitia. Un viaje que, obviamente,
presenta inequívocos tintes morales y nos obliga a reflexionar sobre la
condición humana y sobre los efectos de nuestras acciones, por nimias que nos
parezcan a simple vista.
Es curioso. Pasan los años, cambian los gustos, sufren una evolución drástica los intereses de los lectores; pero los genios (Tolstói lo fue) permanecen con su brillo intacto. A esa eternidad la llamamos Gloria.
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