Aprovecho
el silencio de un par de noches de verano para disfrutar de mi primer libro de
Georges Perec, titulado Las cosas y publicado por Anagrama gracias a la
traducción de Josep Escué. Fue también, según leo en la pestaña biográfica del
inicio, la primera novela de Perec; y fue galardonada con el premio Renaudot.
Los protagonistas son Sylvie y Jérôme, dos veinteañeros que trabajan como
encuestadores para diferentes empresas de publicidad y que, mientras viven en
pareja en un ambiente de mediano confort, sueñan con un futuro de lujos
exquisitos. “París era una perpetua tentación” (p.22) y ellos anhelan un
horizonte donde restaurantes, mobiliario, ropa, licores y vacaciones llenen de
colores la anchura de sus deseos. El consumismo en el que chapotean se fragua
sobre dos pilares básicos: su entorno (“En el mundo en que vivían, era casi de
rigor desear siempre más de lo que se podía adquirir”, p.52) y su propia inmadurez
insaciable, que los impele a codiciar sin, por otro lado, estar dispuestos a
asumir unos trabajos exigentes que les otorguen más sueldo (la lotería, una
quiniela, una herencia inesperada e incluso, cómicamente, el robo, se les
antojan mejores opciones que aceptar puestos de ejecutivos o de funcionarios).
Esa línea, de forma inevitable, los mantiene eternamente insatisfechos o
frustrados hasta que llegan a los treinta años y deciden trasladarse a Sfax, en
Túnez.
Leo
en la contraportada del volumen que “Las cosas es una aguda e irónica
radiografía de la sociedad de consumo y, en particular, de la mistificación del
confort y de los goces ofrecidos por un mundo cuya reconfortante banalidad
propone múltiples espejismos de quimeras inasequibles”. Es un análisis
brillante, pero sin duda sesgado, porque omite la evidencia de que los
protagonistas, a mitad de camino entre lo infantiloide y lo snob, entre lo
avaricioso y lo irreflexivo, desean, ansían, ambicionan o codician una burbuja
superficial llena de lujos, PERO pretenden obtenerla casi por ensalmo, sin
renunciar a su bohemia ni a su sacrosanta libertad. Son cátaros que sueñan con
ser duques.
Con
brillantez visual e intelectual (una técnica que me ha recordado en algunos
momentos a Miguel Espinosa), Perec retrata muy notablemente el mundo en el que
ahora vivimos, donde renunciar puede ser la única clave de la dicha.
Muy interesante.
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