lunes, 14 de agosto de 2023

Las cosas

 


Aprovecho el silencio de un par de noches de verano para disfrutar de mi primer libro de Georges Perec, titulado Las cosas y publicado por Anagrama gracias a la traducción de Josep Escué. Fue también, según leo en la pestaña biográfica del inicio, la primera novela de Perec; y fue galardonada con el premio Renaudot. Los protagonistas son Sylvie y Jérôme, dos veinteañeros que trabajan como encuestadores para diferentes empresas de publicidad y que, mientras viven en pareja en un ambiente de mediano confort, sueñan con un futuro de lujos exquisitos. “París era una perpetua tentación” (p.22) y ellos anhelan un horizonte donde restaurantes, mobiliario, ropa, licores y vacaciones llenen de colores la anchura de sus deseos. El consumismo en el que chapotean se fragua sobre dos pilares básicos: su entorno (“En el mundo en que vivían, era casi de rigor desear siempre más de lo que se podía adquirir”, p.52) y su propia inmadurez insaciable, que los impele a codiciar sin, por otro lado, estar dispuestos a asumir unos trabajos exigentes que les otorguen más sueldo (la lotería, una quiniela, una herencia inesperada e incluso, cómicamente, el robo, se les antojan mejores opciones que aceptar puestos de ejecutivos o de funcionarios). Esa línea, de forma inevitable, los mantiene eternamente insatisfechos o frustrados hasta que llegan a los treinta años y deciden trasladarse a Sfax, en Túnez.

Leo en la contraportada del volumen que “Las cosas es una aguda e irónica radiografía de la sociedad de consumo y, en particular, de la mistificación del confort y de los goces ofrecidos por un mundo cuya reconfortante banalidad propone múltiples espejismos de quimeras inasequibles”. Es un análisis brillante, pero sin duda sesgado, porque omite la evidencia de que los protagonistas, a mitad de camino entre lo infantiloide y lo snob, entre lo avaricioso y lo irreflexivo, desean, ansían, ambicionan o codician una burbuja superficial llena de lujos, PERO pretenden obtenerla casi por ensalmo, sin renunciar a su bohemia ni a su sacrosanta libertad. Son cátaros que sueñan con ser duques.

Con brillantez visual e intelectual (una técnica que me ha recordado en algunos momentos a Miguel Espinosa), Perec retrata muy notablemente el mundo en el que ahora vivimos, donde renunciar puede ser la única clave de la dicha.

Muy interesante.

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