Un poeta que entrega al mundo sus primeras
publicaciones suele ofrecer en ellas, según una costumbre bastante extendida, o
bien calidad o bien originalidad. En el primer bloque se incluirían los autores
más apolíneos y en el segundo los más dionisíacos (uso, como es evidente, la
terminología que tanto le gustaba a Friedrich Nietzsche). Raros son quienes
consiguen el equilibrio entre ambas y modelan una obra que participa con
amplitud de ambas. José Alcaraz (Cartagena, 1983) lo ha logrado sin duda en su
excelente Edición anotada de la tristeza,
un libro original, breve y denso que le valió el premio de Poesía Joven de
Radio Nacional de España en el año 2012 y que ahora publica Pre-Textos en
elegante formato y con un bello texto de solapa que le dedica el también poeta
Juan de Dios García.
Lo innovador del poemario de José Alcaraz consiste
en la apuesta visual que nos traslada: los versos están alineados, con barras
diagonales separadoras, en la parte inferior de cada página, como si fueran
anotaciones eruditas a la parte superior... que está en blanco. Ahí adquiere
todo su sentido el marbete de la obra. Pero que nadie juzgue (pues se
equivocaría) que se trata de un simple truco de prestidigitación o de un oropel
adolescente. José Alcaraz sabe de sobra lo que está haciendo: definir la poesía
como una brisa que subraya la realidad o que la perfecciona. A veces,
proponiéndonos una aventura casi surrealista, en la que todo queda subvertido
por el mágico poder de la fantasía, que nos revela el envés de nuestro mundo («Faltar
a clase de Imaginación, / llevar un rascacielos / como justificante, /
suspender para el resto de la vida / real»); otras veces, planteando una
rebelión que nos otorgue por fin un camino nuevo por el que transitar («Quieren
ponernos / una venda en los ojos / y no saben que es la cinta /que vamos a
cortar / en la inauguración / de una nueva mirada»); otras, instalándose entre
la grisura y descubriendo que también allí puede habitar la luz, de una forma
paralela («Día de niebla. / Sí. / Pero tú, / que siempre estás en las nubes, /
siéntete como en casa»); otras, recordándonos aquellos horrores que suceden al
otro de la lírica pero que condicionan, o deberían condicionar, nuestro
espíritu («También cada dos versos / muere un niño en el mundo / a causa del
hambre»); otras, llegando a esmaltar auténticos aforismos filosóficos, que
serían grabados en mármol si los firmara Cioran («Vaciar relojes de arena en la
playa / sería una bella forma de perder el tiempo») o Arthur Schopenhauer
(«Cada cruz del cementerio, / ¿será una suma del cielo?»); y otras, en fin,
obligándonos a volver los ojos hacia nosotros mismos, carne triste condenada a
la extinción, sin más compañía auténtica que el vacío («La gente no nace para
estar sola. / La gente no sueña quedarse sola. / La gente no admite a la gente
sola. / Y lo peor de todo: la gente no sabe / que en realidad está sola»).
José Alcaraz es poeta. Poeta de muchos quilates. No
es voz coyuntural o pasajera. Y la intuición pocas veces me ha fallado en el
mundo de la literatura. Yo apostaría por él con los ojos cerrados ahora mismo.
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