domingo, 16 de febrero de 2014

Edición anotada de la tristeza



Un poeta que entrega al mundo sus primeras publicaciones suele ofrecer en ellas, según una costumbre bastante extendida, o bien calidad o bien originalidad. En el primer bloque se incluirían los autores más apolíneos y en el segundo los más dionisíacos (uso, como es evidente, la terminología que tanto le gustaba a Friedrich Nietzsche). Raros son quienes consiguen el equilibrio entre ambas y modelan una obra que participa con amplitud de ambas. José Alcaraz (Cartagena, 1983) lo ha logrado sin duda en su excelente Edición anotada de la tristeza, un libro original, breve y denso que le valió el premio de Poesía Joven de Radio Nacional de España en el año 2012 y que ahora publica Pre-Textos en elegante formato y con un bello texto de solapa que le dedica el también poeta Juan de Dios García.
Lo innovador del poemario de José Alcaraz consiste en la apuesta visual que nos traslada: los versos están alineados, con barras diagonales separadoras, en la parte inferior de cada página, como si fueran anotaciones eruditas a la parte superior... que está en blanco. Ahí adquiere todo su sentido el marbete de la obra. Pero que nadie juzgue (pues se equivocaría) que se trata de un simple truco de prestidigitación o de un oropel adolescente. José Alcaraz sabe de sobra lo que está haciendo: definir la poesía como una brisa que subraya la realidad o que la perfecciona. A veces, proponiéndonos una aventura casi surrealista, en la que todo queda subvertido por el mágico poder de la fantasía, que nos revela el envés de nuestro mundo («Faltar a clase de Imaginación, / llevar un rascacielos / como justificante, / suspender para el resto de la vida / real»); otras veces, planteando una rebelión que nos otorgue por fin un camino nuevo por el que transitar («Quieren ponernos / una venda en los ojos / y no saben que es la cinta /que vamos a cortar / en la inauguración / de una nueva mirada»); otras, instalándose entre la grisura y descubriendo que también allí puede habitar la luz, de una forma paralela («Día de niebla. / Sí. / Pero tú, / que siempre estás en las nubes, / siéntete como en casa»); otras, recordándonos aquellos horrores que suceden al otro de la lírica pero que condicionan, o deberían condicionar, nuestro espíritu («También cada dos versos / muere un niño en el mundo / a causa del hambre»); otras, llegando a esmaltar auténticos aforismos filosóficos, que serían grabados en mármol si los firmara Cioran («Vaciar relojes de arena en la playa / sería una bella forma de perder el tiempo») o Arthur Schopenhauer («Cada cruz del cementerio, / ¿será una suma del cielo?»); y otras, en fin, obligándonos a volver los ojos hacia nosotros mismos, carne triste condenada a la extinción, sin más compañía auténtica que el vacío («La gente no nace para estar sola. / La gente no sueña quedarse sola. / La gente no admite a la gente sola. / Y lo peor de todo: la gente no sabe / que en realidad está sola»).

José Alcaraz es poeta. Poeta de muchos quilates. No es voz coyuntural o pasajera. Y la intuición pocas veces me ha fallado en el mundo de la literatura. Yo apostaría por él con los ojos cerrados ahora mismo.

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