He hecho
un experimento con El mar en las cenizas,
el libro con el que José Alcaraz ha obtenido el accésit del premio Adonáis en
2018: he esperado a que fuera de noche, para eliminar los ruidos del mundo
exterior (las voces, los cláxones de los vehículos); luego he leído cada poema
con lentitud, en voz alta, dejándome envolver por su sonoridad; después lo he
leído en silencio, reverente; después lo he dejado invadirme durante unos
minutos, permitiendo que sus raíces colonizaran mi interior. De esa tarea tan
sosegada, tan varia, tan fervorosa, he obtenido un libro que perdurará dentro
de mí por mucho tiempo.
Podría
hablar del aliento existencial que recorre profundamente algunas de las
composiciones, rozando la filosofía (estoy pensando en la página 12); de la
forma bellísima en que nos recuerda el implacable paso del tiempo, que afecta a
las cosas y a las personas (página 53); de preguntas que hacen girar nuestro
pensamiento y lo abocan a reflexiones casi budistas (“¿Con qué palabras / se
manda callar al silencio?”); de definiciones sutiles y exactas sobre el vivir
humano, que se dibuja como un heroico ejercicio de funambulismo (“Tiemblas /
porque mantienes / el equilibrio”); de tiernas imágenes conmovedoras (“Si
venimos de la nada, / somos siempre el niño que corre / hacia los brazos de su
madre”).
José
Alcaraz, que ya nos había impresionado con entregas como Edición anotada de la tristeza o Vino para los náufragos, vuelve a convencernos con su poesía sutil,
certera, refinada y clásica. La juventud de este auténtico demiurgo de la
Poesía nos provoca una enorme felicidad, porque nos permite soñar con un largo
futuro de versos deliciosos. Que así sea.
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