domingo, 13 de agosto de 2023

La mansión Dax

 


Cada libro que leo del barcelonés César Mallorquí me produce la misma sensación: sé que va a fascinarme, pero me intriga saber cómo va a hacerlo. Por eso, claro, vuelvo una y otra vez a sus páginas: pocos autores me seducen tanto. Ahora me invita a que viaje hasta el último quindenio del siglo XIX y conozca allí al huérfano Alejo Zarza, que va a convertirse en protagonista (y narrador) de unos hechos trepidantes, que incluyen asesinatos sangrientos, robos de secretos de Estado, anomalías psíquicas, amores impetuosos, venganzas crudelísimas, amistades férreas y falsas identidades. Además, la historia utilizará con acierto varios mecanismos de analepsis y prolepsis, amén de una documentación exhaustiva (vestimentas, política, transportes, ciencia), que Mallorquí usa sin abuso y que impregna la novela sin otorgarle escandalosos brillos de charol.

Moviéndose con igual elegancia en el salón de baile de unos marqueses que en las lóbregas dependencias de un orfanato; dibujando con análoga precisión a un mayordomo dipsómano o a un periodista inescrupuloso; reproduciendo con idéntico rigor tanto el lenguaje de una envarada institutriz como el de un raterillo de poca monta; César Mallorquí vuelve a demostrar que es el rey de la novela juvenil española. Y lo hace con una narración compleja, tentacular y poliédrica, en la que nunca cae en simplismos (ni lingüísticos ni formales) para adular al lector indolente. Sirva como ejemplo la manera sinuosa pero eficacísima de la que se sirve para dibujarnos el alma de Sebastián Dax, cuyos meandros nos irán sorprendiendo, página tras página, hasta el final de la obra.

Eso es quizá lo que más me gusta de sus propuestas: que no trata de forma paternalista a su público, juzgándolo limitado en léxico o en psicología. Sus historias, siempre magistrales en su desarrollo y en su construcción narrativa, son musculosas, densas, esféricas. Y nosotros, desde el otro lado, las escuchamos embobados. Como tiene que ser.

Lo dicho: el Rey.

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