Que
yo recuerde, solamente tengo una máxima literaria, que procuro respetar de
forma escrupulosa: no prejuzgar. Ni de forma positiva, ni de forma negativa.
Ese autor al que etiquetan de nefasto o risible no recibirá esos dicterios de
mí hasta que no recorra un par de libros suyos y me muestre conforme con el
juicio de otros lectores. Ese autor al que asperjan con agua bendita no la
recibirá de mi hisopo hasta que yo mismo devore sus obras y coincida con el
juicio general. Me parece un criterio bastante razonable, que aplico tanto a
poetas minoritarios como a novelistas superventas. En este caso, me he decidido
a sumergirme en una larga narración de Michael Crichton, que se titula Rescate
en el tiempo (1999-1357) y que me ha fascinado. Sus detractores argüirán
que carece de los primores literarios de más encumbrados novelistas (yo qué sé:
Kundera, García Márquez o James), o que resulta evidente su intención de
atrapar a los lectores con el puro magnetismo de su trama. Pero mi respuesta
sería igual de tajante: ¿y qué? Resulta evidente que Crichton se plantea esta
obra como un ejercicio de seducción, como un artefacto para atrapar, casi
cinematográficamente, a sus lectores; y a fe que lo consigue. Era lo que me
ofrecía y es lo que acepto. El pacto narrativo es nítido: yo le pido que me
convenza y Crichton lo hace. Resultado: un libro espléndido (a mi juicio).
De
forma muy sintética, su tronco argumental se basa en una idea en apariencia
descabellada: que la ciencia, apoyándose en criterios de la mecánica cuántica, es
capaz de hacer posibles los viajes en el tiempo. Y un multimillonario
excéntrico emplea todo su ingente capital en una empresa tecnológica que se
mueve en esa línea y que lo logra. Desde entonces, comienzan los problemas,
porque quienes se embarcan en esos experimentos se arriesgan a sufrir los
riesgos que acechan a todos los pioneros. Entre ellos, el de quedarse atrapados
en el pasado, cuando las máquinas transportadoras se estropeen. Es lo que le
ocurre al profesor Johnson, que se desplaza hasta 1357 y que, por un error de
navegación, necesita que un equipo de rescate acuda en su auxilio. A partir de
entonces, resulta fácil imaginar el corpus central de la novela, que se
desarrolla en dos planos: la actualidad (los esfuerzos del equipo científico
para reparar las máquinas y conseguir que los aventureros temporales retornen
al presente) y el pasado (donde la peste negra, los caballeros sanguinarios,
los castillos inexpugnables, el idioma arcaico y el estado perpetuo de guerra
los pondrán continuamente al límite de la muerte). Es fácil comprender que la
adrenalina correrá por las venas del lector durante las casi seiscientas
páginas del libro.
Y
un último (y no pequeño) detalle: Crichton no se limita en este volumen a
realizar un descomunal esfuerzo de documentación, como es habitual en este tipo
de libros, sino que ese despliegue se desdobla en dos líneas igual de intensas,
porque tiene que hacernos creíble el experimento, utilizando terminología y
conceptos tecnológicos de primera línea, sin incurrir en inexactitudes, pero también
debe ambientarnos con detalle en los usos culinarios, políticos,
arquitectónicos o militares de la Edad Media. Asombra ese doble y espectacular
tarea, que Michael Crichton resuelve con eficacia.
A mí me ha convencido el trabajo del autor. Repetiré.
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