A
veces, el éxito de un libro (y pongo en cursiva la palabra “éxito” para
que todo el mundo entienda que me refiero a una noción comercial alejada de
todos los estándares literarios: número de ventas, repercusión en los
medios de comunicación, etc.) depende de circunstancias que nada tienen que ver
con la calidad intrínseca del texto. Tomaré como ejemplo el volumen Palabras
que son átomos de un gas venenoso, publicado por el sello Liliputienses y
firmado por Los KFGC, que vio la luz en España pocas semanas antes de que
explotase (ay) la nefasta pandemia del coronavirus, que con toda seguridad
frenó muchas de las posibilidades del tomo. Son 331 páginas de pura explosión
creativa, en las que un colectivo burbujeante, innovador, joven, aguerrido y
atrevido, formado por varios autores (los textos de presentación están firmados
por Ánuar Zúñiga, Gerardo Ocejo, Rodrigo Román, Andrei Vásquez y Jorge Sosa,
pero se invocan igualmente los nombres de otros componentes, como Jorge
Alberto, Jorge Armando u Oliver Ayrí), juega con las palabras, con el
surrealismo, con la música, con las imágenes, con el humor, con el sexo, con
las nociones sacrosantas (familia, patria, religión) y con todo lo habido y por
haber. No parecen existir límites para su ebullición de verso y prosa, para sus
proclamas de vida y rebeldía (“No hagas caso a los maestros, / las únicas
opciones / son ser ninja o burócrata”), para sus viñetas líricas y visuales
(“Dormir enredado en las sábanas de un hotel sin saber que la mujer que duerme
junto a ti está muerta”), para sus metáforas tristes (“En la esquina un
hombrecito verde y luminoso me avisa que tengo doce segundos para cruzar la
calle. Lo miro caminar cada vez más rápido dentro de su círculo negro, no sabe
que nunca llegará a sitio alguno. Quedan siete segundos, camino junto al
hombrecito verde. Si todo sale bien, caminaré junto a él dos veces al día
durante los próximos treinta y cuatro años, hasta que me retire. Tampoco
llegaré a ningún lado”) o para sus escenas familiares reinterpretadas (“Cada
año, después de soplar las velas, / cuando aprietas el cuchillo, / la gente
canta más alto / para que no escuches / la voz en tu cabeza / gritando que el
pastel eres tú”).
Este
libro, que reúne varios años de investigación poética y de roturación de
caminos, lo tiene todo para convertirse en un hito editorial no solamente en
España, sino en el ámbito hispanoamericano. Y “cuando me toque devolver el
carbono” (copio un verso de la página 147) sé que me sentiré muy feliz de
haberlo paladeado, porque (y ahora copio otro de la página 35) “provocó una
explosión de astillas en mi sangre”.
ESPECTACULAR.
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