domingo, 27 de agosto de 2023

Palabras que son átomos de un gas venenoso

 


A veces, el éxito de un libro (y pongo en cursiva la palabra “éxito” para que todo el mundo entienda que me refiero a una noción comercial alejada de todos los estándares literarios: número de ventas, repercusión en los medios de comunicación, etc.) depende de circunstancias que nada tienen que ver con la calidad intrínseca del texto. Tomaré como ejemplo el volumen Palabras que son átomos de un gas venenoso, publicado por el sello Liliputienses y firmado por Los KFGC, que vio la luz en España pocas semanas antes de que explotase (ay) la nefasta pandemia del coronavirus, que con toda seguridad frenó muchas de las posibilidades del tomo. Son 331 páginas de pura explosión creativa, en las que un colectivo burbujeante, innovador, joven, aguerrido y atrevido, formado por varios autores (los textos de presentación están firmados por Ánuar Zúñiga, Gerardo Ocejo, Rodrigo Román, Andrei Vásquez y Jorge Sosa, pero se invocan igualmente los nombres de otros componentes, como Jorge Alberto, Jorge Armando u Oliver Ayrí), juega con las palabras, con el surrealismo, con la música, con las imágenes, con el humor, con el sexo, con las nociones sacrosantas (familia, patria, religión) y con todo lo habido y por haber. No parecen existir límites para su ebullición de verso y prosa, para sus proclamas de vida y rebeldía (“No hagas caso a los maestros, / las únicas opciones / son ser ninja o burócrata”), para sus viñetas líricas y visuales (“Dormir enredado en las sábanas de un hotel sin saber que la mujer que duerme junto a ti está muerta”), para sus metáforas tristes (“En la esquina un hombrecito verde y luminoso me avisa que tengo doce segundos para cruzar la calle. Lo miro caminar cada vez más rápido dentro de su círculo negro, no sabe que nunca llegará a sitio alguno. Quedan siete segundos, camino junto al hombrecito verde. Si todo sale bien, caminaré junto a él dos veces al día durante los próximos treinta y cuatro años, hasta que me retire. Tampoco llegaré a ningún lado”) o para sus escenas familiares reinterpretadas (“Cada año, después de soplar las velas, / cuando aprietas el cuchillo, / la gente canta más alto / para que no escuches / la voz en tu cabeza / gritando que el pastel eres tú”).

Este libro, que reúne varios años de investigación poética y de roturación de caminos, lo tiene todo para convertirse en un hito editorial no solamente en España, sino en el ámbito hispanoamericano. Y “cuando me toque devolver el carbono” (copio un verso de la página 147) sé que me sentiré muy feliz de haberlo paladeado, porque (y ahora copio otro de la página 35) “provocó una explosión de astillas en mi sangre”.

ESPECTACULAR.

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