Mi
relación con el chileno Roberto Bolaño es extraña e irregular, y ya la he
explicado en este Librario con casi idénticas palabras: leo en revistas o escucho
en Internet entrevistas que le hicieron a ambos lados del Atlántico y me
fascinan su verbo, su inteligencia, su humor; y después, cuando, impulsado por
esa seducción, me decido a recorrer otro libro suyo, experimento la sensación
(para mí descorazonadora) de que su escritura me atrae solamente un poco.
La prosa es impoluta, claro que sí, pero las tramas, los personajes, la fluidez
narrativa se me van entre los dedos. Acabo un relato y me pregunto: “¿Y?”. Es
triste, porque querría que me gustara más; pero no puedo mentir acerca de mis
impresiones.
En las páginas de El gaucho insufrible se ha repetido la ceremonia. Leo el relato “Jim” y de inmediato me sorprendo en la línea final, interrogándome por el sentido de la historia; leo “El gaucho insufrible” y me atrapan las palabras, pero de ninguna manera la narración; luego mejora el volumen con “El viaje de Álvaro Rousselot”; pero más tarde vuelve a rechinar con dos textos que parecen (y dicen ser) conferencias sui géneris, que no termino de explicarme qué función cumplen en el tomo, salvo la de rellenar páginas. El resultado global es una especie de montaña rusa cuyos engranajes hacen demasiado ruido. Y sé que experiencias como esta moderan, tristemente, mi afán por leer a Bolaño, pero también sé que tarde o temprano acabo volviendo a él. Ya veremos qué colores tiñen mi siguiente aproximación. Que la habrá. Creo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario