sábado, 15 de abril de 2023

Memorias

 


Suelen resultarme muy agradables los libros de memorias, así que me acerco a ellos con cierta frecuencia; y más aún cuando están escritos por novelistas a quienes admiro o que me despiertan curiosidad. De tal forma que cuando cayó en mis manos este volumen de Adolfo Bioy Casares no me lo tuve que pensar mucho a la hora de abrir sus páginas. Bioy habla de los caballos y perros que tuvo o soñó durante su infancia; de los versos gauchescos que escuchaba en casa (desde Estanislao del Campo hasta el Martín Fierro); de su paulatina afición al cine (“La sala de un cinematógrafo es el lugar que yo elegiría para esperar el fin del mundo”, p.43); de su primera publicación a los quince años (un libro costeado por su padre, del que se lanzaron trescientos ejemplares); de sus fracasos en el mundo sentimental (“La adolescencia fue para mí una verdadera iniciación en derrotas. Por esos años los amores desdichados tendieron a convertirse en costumbre”, p.58); de su distancia fría con el proyecto estético de las Ocampo y el grupo Sur; de la exitosa colección de novelas negras que Borges y él urdieron bajo la carpa protectora del sello Emecé; de su intensa relación con el eterno candidato al premio Nobel de Literatura (“Para mí, la amistad con Borges fue un regalo de la suerte. Fue la primera persona que conocí para quien nada era más importante que la literatura”, p.109); e incluso de una divertida anécdota acaecida durante su niñez (“Para la comunión me confesé con monseñor Devoto. Con voz engolada y alta me preguntó qué pecados cometía. Le dije que fornicaba. “¿Con varones o con mujeres?”, preguntó. Me apresuré a asegurar que solamente con varones, porque en casa me habían hecho creer que fornicar era decir malas palabras”, p.158). Al final, reserva una treintena de páginas a detallar los pormenores (de tono biográfico o de reflexión estilística) de algunas de sus obras, sobre todo en el ámbito del cuento.

Pero (ay, los peros) la obra me ha dejado absolutamente frío. No he sentido que Bioy desplegase en ella ningún primor literario de especial relevancia, que es lo que en el fondo iba buscando. Todo ha quedado (o me parece que ha quedado) en una filatelia correcta, en un museo ordenadito y sobrio, apolíneo y atildado, sin que emerjan por lado alguno los brillos del humor o de la literatura. Lo triste es que esa sensación me suele acompañar cada vez que termino un libro suyo: es probable que no se trate de un narrador al que vaya a volver demasiadas veces.

Y bien que lo siento.

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