Lo
sabe de sobra el lector de Antonio J. Ruiz Munuera: en sus libros siempre se
encuentra, flotando, un espíritu de aventura, un hálito de viaje, de
experiencias, de adrenalina, de amaneceres, de retos. Desde La luz de
Yosemite (2015) hasta el recentísimo Polvo de glaciar (2023) puede
advertirse un trenzado de nervios y músculos que, dispuestos siempre a
activarse, mantienen en pie el alma de sus páginas. En las últimas que he
podido leer suyas (esta magnífica edición de la madrileña Desnivel) hay humor,
hay riesgo, hay experiencias vertiginosas, hay paisajes bellísimos; está el
mundo. Quien decida adentrarse en este volumen se encontrará con Miriam, una
escaladora muy especial; con Clint Eatswood, que rueda una película difícil;
con accidentes que se intentan resolver a través de angustiosas llamadas
telefónicas; con el pundonor de dos montañeros ancianos, que se niegan a la
comodidad de una ruta sencilla; con motos de agua que rugen sobre el oleaje;
con disparatados accidentes que desparraman un buen número de fardos de
marihuana por un paisaje agreste; con los saltos imprudentes y casi suicidas de
Skybum; con insensatos buceadores, que terminan flotando a la deriva durante
quince horas en un mar gélido; con ciclistas que atraviesan duras rutas de
montaña; e incluso (el guiño es tan divertido como inesperado) con esa
escaladora que se entretiene leyendo La Troupe (“mi último
descubrimiento literario: una historia sobre un circo ambulante en el Canadá
del siglo XIX, perdido entre bosques interminables y manadas de carabúes”,
p.124), a cuyo autor imagino sonriendo mientras escribe.
Si eres deportista, estás de enhorabuena: aquí dispones de una obra en la que te encontrarás con secuencias inolvidables y con aventuras tan galvánicas como (a veces) sofocantes, que el autor no ha necesitado documentar, porque las conoce desde dentro. No lo dudes: este puede ser tu libro.
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