En
mayo de 2001, mi admirado amigo Ramón Jiménez Madrid me dedicó el libro La
depuración de maestros en Murcia (1939-1942), que él había publicado tres
años antes en la Universidad de Murcia y que yo me apresuré a comprar en cuanto
supe de su existencia. En esa dedicatoria (disculpadme la confidencia
personal), el crítico de Águilas puso lo siguiente: “Para Rubén Castillo, por
muchas cosas, entre las que no excluyo la principal: la amistad. Y en cuanto a
este libro, que no pase por esta experiencia nunca”. A mí me parecen unas
palabras auténticamente doradas y conmovedoras. Porque el doloroso tema que
Ramón abordaba en estas páginas era (fácil resulta deducirlo, tras leer el
título de la obra) el modo sañudo, agrio e inmisericorde con el que las
autoridades de la dictadura franquista arremetieron contra los maestros que
iniciaron su camino profesional con la II República y que, sospechosos siempre
de rojez o de burdos pensamientos libertarios, fueron objeto de una depuración
meticulosa y ajena a cualquier traza de compasión o espíritu conciliador.
Todos
los documentos históricos que sirvieron de base para este estudio yacían en el
archivo del instituto Alfonso X el Sabio, de Murcia; y en esos papeles (que el
investigador añade al final como apéndice) figuran los nombres, las
poblaciones, los cargos que se les imputaban y la resolución finalmente
adoptada. Huelga decir que la misericordia o la liviandad no fueron la tónica
dominante en las estiradas y prepotentes Comisiones de Depuración. Como detalle
anecdótico, puede leerse que “las primeras propuestas de separación definitiva
del servicio de Magisterio se pidieron en la sesión 9 (11 de octubre) y lo
fueron para…” (p.53). ¿Desean por ventura conocer el nombre del primer
objetivo? Pues sonrían con la broma del azar: un maestro de Mazarrón que se
llamaba Francisco Franco.
En estas hojas queda patente el rencor de los depuradores, el fino escrúpulo con el que se aplicaron a la tarea de erosionar vidas y famas, la almidonada acrimonia con la que alinearon nombres y condenas, sin que les temblasen ni la mano ni el corazón. Y eso que, como bien señala Ramón Jiménez Madrid en la página 83, “la depuración afectó asimismo en el sector de la enseñanza media sin que, y no deja de ser paradoja, no quede ni un solo papel sobre dicha materia en el Instituto”. Es evidente que deben encontrarse en otro emplazamiento, quizá no tan recóndito como en un principio pudiera pensarse: lanzado queda el guante investigador para quienes deseen completar este necesario recordatorio de cómo la guerra (son palabras de un conocido escritor) no trajo la paz, sino la Victoria.
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