jueves, 27 de abril de 2023

Diario irlandés

 


No recuerdo a qué edad se produjo (o en qué circunstancias, que también son muy importantes) mi primera aproximación a un libro de Heinrich Böll. Pero sí sé que no he repetido con este prosista hasta los 57 años, cuando me he decidido por darle una nueva oportunidad con este Diario irlandés, que traduce Joan Parra y publica Plataforma Editorial. La razón de elegir este libro fue tan sencilla como perversa: descubrir si el autor conseguía llamar mi atención con un tema (Irlanda) que no se encuentra entre mis predilectos. Poco sé del país, de sus costumbres, de sus paisajes o de su idiosincrasia. Si Böll superaba la prueba, me estaría demostrando que su literatura podía resultarme interesante. Y sí, desharé la intriga: lo ha hecho. Y lo ha hecho por muchas razones: por su ingenio a la hora de elegir las fórmulas visuales (“Donde el botón del sastre habría puesto un punto, colgaba la coma del imperdible”); por el humorismo de algunas de sus hipérboles (“Año tras año se derrama por cada garganta irlandesa una pequeña piscina de té”); por la solemnidad de la que se rodea cuando tiene que abordar un tema trascendente (“El tiempo que gotea con paciencia sobre todas las cosas: veinticuatro goterones al día: el ácido que todo lo corroe”); por las pinceladas literarias que, de pronto, convierten una línea en obra de arte (esas gaviotas “que hacían astillas el gris del cielo” en la página 62); o por su apolínea pero apasionada defensa de la literatura que se centra en los motivos humildes (como los lavaderos o las vidas pequeñas, infinitesimales, de los peatones anónimos que recorren la Historia).

Heinrich Böll viaja y nos hace viajar, permitiéndonos conocer un país que estaba a punto de incorporarse a la modernidad (1954-1957), pero que aún mantenía un ritmo calmado, una dolorosa tasa de emigración y una pobreza general, aliviada por la turba, la ingesta de cerveza y el consuelo de la religión católica.

Creo que repetiré con otro libro suyo.

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