Las
experiencias que dejan su impronta en nuestra vida pueden surgir en los
momentos y lugares más insospechados. Al niño que protagoniza esta novela de
Kenzaburo Oé le sorprende cuando, mientras está durmiendo en su pequeñísima
aldea, un avión enemigo (el país está en guerra) se estrella en medio del
bosque. Todos los varones adultos se dirigen entonces hacia el lugar del
siniestro y logran capturar al único superviviente: un soldado negro de gran
altura, al que conducen hasta un pequeño calabozo improvisado en una bodega.
Desde ese instante, la figura del prisionero se convierte en un imán hacia el
que todos se sienten impelidos, sobre todo los más pequeños: primero, como
anomalía (“¡Es un negro, un negro! ¡No un enemigo!”, grita Morro de Liebre en
la página 40); después, como perplejidad (“Parece un ser humano”, murmura el
mismo niño en la página 78); finalmente, como entidad que se integra en la
aldea (le quitan las cadenas que lo mantienen inmovilizado, lo sacan a que tome
el sol y se bañe, incluso le ofrecen una cabra para que tenga un desahogo
sexual). La “presa”, advertida como cosa, evoluciona hasta la condición de ser
humano.
Pero
en ese punto, justo cuando un narrador más torpe o maniqueo incurriría en la
sandez de dibujar para esta novela un final rosa, con música de violines y
sonrisas unánimes, llega la orden desde la ciudad más cercana: el prisionero
debe ser entregado a las autoridades capitalinas. Los niños quedan abrumados
por la inminente separación; y el soldado, consciente de que sus privilegios
han tocado a su fin, enloquece, toma como rehén al niño que nos está contando
la historia y atranca la puerta de la bodega para que no puedan sacarlo de
allí.
El
giro es tan agrio que los lectores tendrán que disponerse a contemplar a partir
de ese punto varias escenas desagradables (muy desagradables, de hecho), que
incluyen una violencia espantosa y un par de muertes.
Sutil, brillante y sigiloso, Kenzaburo Oé nos conduce por varios pasillos terribles de la condición humana, en una novela memorable, que traducen Yoonah Kim y Joaquín Jordá y que prologa Justo Navarro.
1 comentario:
Veo que la novela tiene momentos duros (muy desagradables, de hecho) afirmas en tu reseña. Pese a eso me atrae este autor del que creía haber leído algo y no, no debo de haber leído nada suyo pues por más que busco en las entrañas de mi ordenador nada veo.
Mirando por ahí he visto que "La presa" es su primera novela. Entre otros títulos hay uno -lo acabo de ver, no es que lo haya leído- titulado "Annabel Lee" como el personaje del poema de Poe que tanto asunto ha dado a otros libros, películas y canciones. Ya sólo por esto me atrae. A ver si lo localizo.
Un abrazo, Rubén
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