martes, 11 de abril de 2023

Figuras de Bethlem

 


Decía el siempre extremado Francisco Umbral que Madrid no había entendido nunca la literatura de Gabriel Miró; y que, por tanto, que se jodiera Madrid (sic). En mi juventud, allá por los finales del siglo XX, me leí La novela de mi amigo, la única obra suya que callaba en mis estanterías; y lo cierto y verdad (me encanta esa fórmula que tanto repetía mi madre: “lo cierto y verdad”) es que no me impresionó demasiado. Ahora, de forma imprevista, encuentro en una librería de segunda mano un ajadísimo ejemplar de Figuras de Bethlem, que he comprado y he leído en el silencio de dos noches. El resultado sigue siendo igual de desalentador: entiendo perfectamente la propuesta literaria del alicantino de ojos lánguidos, su voluntad estética, sus palabras con raro aroma arcaizante, el ritmo pausado y sensual de sus oraciones… pero no consigo entusiasmarme con la obra. Y uno, ya, lo que desea es precisamente eso: entusiasmarse con los libros. Sin duda, hay una época para abalanzarse sobre páginas en las que aprender, sobre páginas en las que sorprenderse, sobre páginas con las que discutir; pero creo que me encuentro ya en otro territorio: el de pedir a los libros que me fascinen desde el principio. Y si no lo hacen, pues adiós. Y no repito.

Entiéndaseme: soy capaz de admitir que el esfuerzo léxico de Miró es enorme; que su documentación de espacios y colores produce pasmo; que su propuesta escénica es notable. Todo lo admito, puesto en pie y sin asomo de ironía. Pero sigue faltándome la chispa, el nervio, la sangre que palpita y ruge. Gabriel Miró escribe cuadros. Y a mí los cuadros (sean de Robert Walser, de Proust o de Miró) no me llaman, qué le vamos a hacer. No los desdeño, pero tampoco los aplaudo.

Imagino que, confesada esa incapacidad mía para emocionarme con el alicantino, esté provocando que, desde el otro lado de la muerte, Francisco Umbral carraspee y, con su voz de gruta, vocifere campanudamente que me joda. Nada que objetar: aceptaré el venablo con humildad franciscana. Y a otra cosa, mariposa.

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