sábado, 21 de enero de 2023

El pelo de la dehesa

 


Es probable que este libro lleve cuarenta años en las estanterías de mis sucesivas casas, sin ningún tipo de exageración. Y jamás, hasta ahora, me había animado a abrirlo y comenzar su lectura. ¿Por qué? Es difícil responder a ese tipo de preguntas. El nombre de su autor (Manuel Bretón de los Herreros, un bastante olvidado dramaturgo de Logroño) y el título mismo de la obra (para qué nos vamos a engañar) me decían poco. Pero la semana pasada, pasando el plumero por las estanterías y descubriendo el lomo del volumen, lo extraje, leí la primera página y, satisfecho con la sonoridad del verso, decidí llevármelo a mi despacho. Ahora, terminada la experiencia, concluyo que el libro es bastante potable. No se trata, claro, de un prodigio; pero sí de una obra que se lee con agrado.

Resumido en pocas líneas, el drama nos presenta a Elisa, una muchacha de rancio abolengo, quien es cortejada por el militar don Miguel. Pero, tras comprobar que el pretendiente no se anima a pedir su mano, acepta que su madre (una marquesa en bancarrota, con más aires que monedas) apalabre su boda con don Frutos, un aragonés de Belchite, rico y honorable, pero con modales de patán. Cuando el futuro esposo se presenta en la casa de su prometida, todos se hacen cruces con la vestimenta (ajena a toda modernidad), con sus modales gastronómicos (frente a los caldos franceses, prefiere el Cariñena), con sus zapatos (se obstina en llevar su número, en lugar de unos que le aprieten, como dicta el buen gusto lechuguino de la capital) y hasta con su acento (áspero y poco melodioso). No creo que sea necesario adentrarse en más pormenores, porque ya habrá quedado clara la intención del dramaturgo: mostrarnos la fricción que estos temperamentos tan incompatibles provocan, con sus gotitas de estupidez, sus gotitas de hipocresía y sus gotitas de humor.

En este último ámbito, el humor, alcanza Bretón de los Herreros unos instantes de feliz brillantez, sobre todo porque los dosifica con buen tinto, sin abusar de ellos. Y también porque los aplica a situaciones que, pudiendo alcanzar un grado desagradable de crudeza, quedan así suavizadas. Sirva de ejemplo la escena X del acto IV cuando, tras plantear don Miguel a don Frutos la necesidad de batirse en duelo, este último elige arma: un garrote. Si recordamos que el propio Manuel Bretón de los Herreros perdió un ojo en un duelo (1818) advertiremos lo notable (y también lo difícil) de la humorada.

En suma, una pieza de enredo, melindres y fingimientos que, con su final feliz (no podía ser de otra manera), aún se lee con una sonrisa.

1 comentario:

Juan Carlos dijo...

¿No se hizo una zarzuela sobre este libro? No, creo que no. Curiosamente el jueves pasado comí con mis compañeras de tertulia en un restaurante situado en la calle que Madrid dedica al dramaturgo. Comimos muy bien, por cierto. Y yo sin haber leído nada suyo. Y eso que me he ganado la vida hablando de libros. pero, bueno, es imposible leer todo.
Gracias por tu reseña, Rubén