Es
difícil acertar con el auténtico camino de la sabiduría, porque su secreto es
oscuro y sus cauces desconocidos. Quienes leímos durante la juventud el libro Siddhartha,
de Hermann Hesse, lo recordamos perfectamente. Y ahora, cuando me adentro en la
novela Los ojos del hermano eterno, de Stefan Zweig (que traducen del
alemán J. Fontcuberta y A. Orzeszek para el sello Acantilado), puedo refrescar
esa sensación con la historia de Virata. Este personaje glorioso y de rica
textura es un noble que adquiere fama cuando se pone al frente de las tropas
leales al rey, quien ha sufrido una rebelión que amenaza con derrocarlo.
Heroico hasta lo inverosímil, Virata se alza con la victoria, pero mata
involuntariamente a su hermano mayor. Esa desgracia lo impele a alejarse para
siempre de las armas y aceptar el cargo de juez real. A partir de ese momento,
Virata irá descubriendo que las decisiones de su cargo afectan a la vida de
otras personas, y también opta por retirarse de esa función. Lenta, pero
inexorablemente, pasa de ser “El Rayo de la Espada” (guerrero) a ser “La Fuente
de la Justicia” (juez); y de ahí evoluciona hasta convertirse en “El Campo del
Buen Consejo” y después en “La Estrella de la Soledad”. Cada escalón supone una
bajada social y una subida espiritual, que le sirve para purificar su espíritu
e ir acercándose a la divinidad. No siempre quienes lo rodean entenderán sus
decisiones (ni siquiera sus hijos), pero Virata acaba por convertirse en un
anciano feliz, que ocupa un puesto misérrimo en su sociedad y que, tras su
muerte, es olvidado de forma unánime.
La
fábula de Zweig (claramente ligada a la de Hesse y a ciertas páginas de Tagore)
requiere que los lectores escuchen en silencio las enseñanzas
espirituales que su protagonista obtiene y que han de ser meditadas de forma
serena y respetuosa.
Absténgase los lectores demasiado materialistas o superficiales.
1 comentario:
Un autor que venero y una obra que no conocía. Gracias una vez más.
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