Uno
de los postulados más sorprendentes y más desasosegantes de la física cuántica
afirma que se pueden dar simultáneamente dos estados en apariencia
contradictorios. Es decir, que el gato de Schrödinger puede estar vivo y muerto
a la vez, mientras la caja permanezca cerrada, porque cuando la abramos ya
habrá colapsado la función de onda y la solución se reducirá a una. La reacción
común es resistirnos a esa paradoja, pensando que algo no puede ser él mismo y
a la vez su contrario; pero les propongo un juego: cierren los ojos. Recuerden
los paisajes de su infancia, los ancianos que poblaron su calle, las niñas que
ya son madres o abuelas, los edificios que cambiaron de forma o fenecieron, los
familiares con los que convivimos y que ya duermen su eterna siesta de piedra.
Seguro que, con los ojos cerrados, todos somos capaces de admitir que aquel
mundo es, aunque si los abrimos ya no sea.
Andrés
Boluda nos propone, en su segundo libro (La caverna cuántica, editado
por el sello DobleCé), una serie de relatos dividida en dos partes. En la
primera, nos traslada reflexiones sobre la inestabilidad de las alegrías, y
hasta de la vida, del ser humano (“Luciérnagas”); nos habla de una mujer
extremadamente bajita que, retratada por un pintor entusiasta, tomó una
decisión terrible (“Perdona virginal capullo”); nos invita a que presenciemos
una videollamada entre varios ancianos, llena de humor, lucidez y algo de
derrotismo (“Ítaca en las ondas”); o nos dejará que leamos las últimas palabras
de una persona que ha decidido poner fin a su existencia (“Agente fúnebre”). En
la segunda, se nos ofrece, en viñetas consecutivas, la crónica del encierro que
sufrimos en 2020, como consecuencia de la epidemia de coronavirus que azotó el
planeta, y donde todos los matices del corazón (decaimiento, esperanza,
estupor, zozobra, joie de vivre) aletean y nos recuerdan cómo nos
sentimos nosotros mismos durante aquellos días atroces.
Con
una sabia combinación de coloquialismo y cultura, el autor muleño ofrece a los
lectores un volumen lleno de melancolía y reflexiones sobre el sentido de la
vida humana, que vuelven deliciosas las horas que se emplean en recorrerlo.
Muy recomendable.
1 comentario:
El amigo don Andrés, es una joya: amable, sagaz, culto, buen escritor...
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