Es
fascinante lo que un espléndido narrador (Landero lo es) puede conseguir con
unos materiales, en principio, medianos. Porque la historia de Marcial, forzoso
resulta reconocerlo, sería una bazofia en manos menos competentes y luminosas
que las del novelista extremeño: un personaje extravagante, deforme en lo
psicológico, increíble en lo intelectual, disperso, irritante, vacuo,
receloso, agazapado, atrabiliario, ciclotímico y que, para redondear la mezcla,
se encuentra “redactando” un informe para que podamos leerlo y valorarlo los
lectores, además de un misterioso doctor Gómez, que analiza su caso (un “caso”,
por cierto, que hasta las dos o tres páginas finales no alcanzamos a entender
en su integridad).
Marcial
Pérez Armel, matarife y actual jefe de planta de un matadero, conoce en una
degustación de productos extremeños a Pepita Núñez de Ayala, una chica de buena
familia y hábitos refinados a la que desde el principio intenta impresionar. El
lector, consciente de la normalidad de su pretensión, comienza sin embargo a
darse cuenta de que el personaje no es alguien equilibrado: se reconoce como un
odiador y un rencoroso visceral; abomina de forma abrupta de todo el arte
moderno; considera la cocina actual una estafa; crucifica mentalmente a quienes
lo ofenden o a quienes, simplemente, coge manía (“Los tengo apuntados en un
cuaderno, y cuando muere o cae en desgracia uno de ellos, lo tacho”, p.161);
cree disponer del don sobrenatural de causar desgracia a quien se le meta entre
ojos. Y a veces, para sorpresa del lector, Marcial se atreve a conjeturar
incluso que, si Pepita “no existiera, yo quedaría libre del insoportable dolor
que sentía por adelantado ante la amenaza aterradora de perderla” (p.97). En
ocasiones, esa vocación homicida alcanza cotas de auténtico delirio
exterminador (cuando piensa en las reuniones sociales que se producen en la
casa de la muchacha, con asistencia de amigos, “otra vez sentí, y de qué forma,
el deseo de matarla, a ella, a su familia y a los pretendientes. A todos”, p.168).
¿Nos encontramos ante una obra psicológicamente inquietante? Sin duda. ¿Quizá se trata de una historia con toques de humor? Indudable. El gran prodigio, como indico en las líneas anteriores, consiste en mantener firme este edificio narrativo, que en tan singulares pilares se asienta. Y eso solamente lo puede conseguir un maestro del lenguaje, de la ironía, del análisis espiritual y de la arquitectura novelesca. O sea, Luis Landero.
1 comentario:
Luis Landero es un novelista que me gusta desde que leyera Juegos de la edad tardía, la primera novela que le dio a conocer. Luego he leído varias más y aunque alguna me alejó un poquito de su narrativa por unos años, cuando he regresado a él lo he hecho encantado de la vida. Últimamente he leído "Lluvia fina", "El balcón en invierno" y "El huerto de Emerson"- Por lo que dices y vengo a entender "Una historia ridícula" bebe en los mismos mimbres de las anteriores. Y sí, te creo profundamente:sólo un narrador supremo como Landero es capaz de sostener y mantener en pie un edificio narrativo asentado en materiales medianos.
Un abrazo, Rubén
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