domingo, 15 de enero de 2023

No mires atrás

 


El final. Lo estaba deseando y, a la vez, lo estaba retrasando. Después de leerme las dos primeras entregas de la vida de Ángel Salazar, el magnético personaje creado por José Antonio Jiménez-Barbero, estaba aguardando este instante. Y la novela que redondea la trilogía ha sido como debía ser: el cierre perfecto para una historia endiablada. Tenía, después de las Confesiones de un psicópata adolescente y de El rostro de la locura, un retrato completísimo del protagonista, de su altanería, de su inteligencia, de su desprecio por los demás, de su ausencia de sentimientos, de su nauseabunda actitud ante la madre, de su frialdad, de los negocios sucios que ha ido urdiendo durante años y que le han permitido amasar una buena cantidad de dinero, de su continuo deseo de venganza (la famosa libreta negra donde va apuntando los nombres de aquellas personas a quienes no parará hasta ver muertas)…

Ahora, el escritor barcelonés nos presenta a un Ángel Salazar que, después de ingresar en la Facultad de Derecho (intuye que siendo abogado alcanzará un puesto honorable en el engranaje hipócrita de la sociedad), comienza a verse involucrado en una serie de muertes… de las que él no es el autor. Tras años como marionetista, ahora le toca oficiar como marioneta. Alguien asesina, una y otra vez; y lo hace para llamar la atención (y para aterrorizar) a Ángel, objetivo último de sus salvajes crímenes. ¿Quién es el misterioso personaje que, desde la sombra, ejecuta a sus víctimas sin piedad, para que el protagonista sienta su aliento en la nuca? Fría, calculadora y analítica, la mente de Salazar funciona a toda velocidad con el único objetivo de identificar y neutralizar al siniestro asesino, antes de que sea demasiado tarde. Al mismo tiempo (ya sabemos que Ángel ni olvida ni perdona), irán siendo ejecutadas las personas que figuran en su lista de ofensores.

¿Se imaginan ustedes el final? No se esfuercen: no van a lograrlo. José Antonio Jiménez-Barbero es también un hábil marionetista, y nosotros (los lectores) nos encontramos en sus manos, dicho sea con toda la admiración y con todo el agrado del mundo.

Irrenunciable.

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