Tuve la
suerte de leer, hace pocos años, algunos cuentos de Raimundo Martín; y me
pareció detectar en ellos el aplomo tranquilo de quien sabe construir una
historia y sabe tejerla con los tiempos justos y con las palabras adecuadas.
Ahora, cuando cae en mis manos su primera novela, bajo el rótulo de Cargas
familiares y editada por el sello Sar Alejandría, compruebo con felicidad
que mantiene y perfecciona esos dones en el mundo de la narración extensa.
Podríamos
decir que el “argumento” (esa parte insignificante de un buen libro) se
vertebra alrededor de una búsqueda: la que tiene que emprender Agustín en la
ciudad de Alicante para librarse de un buen enredo (que no ha provocado él,
sino su hermano Javier) relacionado con el mundo de las drogas. En ese rastreo
lleno de peligros, marginalidad, amenazas, golpes e intimidaciones tendrá que
vérselas con camareras desilusionadas, matones de tres al cuarto, bares
nocturnos llenos de mugre y soledades, polígonos del extrarradio donde se
ocultan vehículos de carga más bien sospechosa y habitaciones donde el polvo
dibuja su metáfora de fracasos; pero también tendrá que enfrentarse a sus
propios fantasmas, que no se reducen a un hermano dislocado y frenético, sino
que también abarcan a un padre gélido, una exesposa sañuda y una hija que le
escupe su desdén cuando no obtiene de Agustín el dinero que requiere para sus
caprichos insaciables.
Con esos ingredientes
(y con otros que reservo para el descubrimiento de los lectores), Raimundo
Martín edifica una propuesta inteligente y cautivadora, que indaga en los
laberintos gelatinosos del alma humana con la misma brillantez que lo hace en
las zonas menos iluminadas de la ciudad, allí donde proliferan unos seres con
los que, a buen seguro, no querríamos encontrarnos nunca. Y lo hace (es lo mejor
de todo, el más prometedor de sus rasgos) con una elegancia literaria que
anonada: nos habla de ventanas que “supuran” visillos (p.20); alude a la piel
pálida de una mujer y nos dice que “parecía el dibujo de una cerámica
portuguesa, azul, blanca y melancólica” (p.23); nos asquea explicando que un
delincuente expele “un sudor brillante y tibio, gasterópodo” (p.35); o, para
explicarnos la lentitud amenazadora de una acción, nos indica que un personaje “encendió
uno de sus aromáticos cigarrillos en el mismo tiempo en que podría haberse
embaldosado la catedral de Santiago” (p.159).
Brillante.
1 comentario:
Familia... qué cruz.
Pero me encantan estas historias 🤗💋
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