Da igual lo que se empeñen en demostrar ciertas películas,
ciertas novelas o ciertos poemas épicos: nada de hermoso, ni de fulgurante, ni
de admirable anida en las guerras. Ningún esplendor late en ellas. Todas son
una escombrera de intereses económicos, mezquindad, ambición y truculencia, en
la que siempre sale perdiendo la misma persona: el peatón, la pobre criatura
humana que, sin comerlo ni beberlo, recibe entre sus manos una espada, una pica
o un fusil y tiene que dirigirse con mirada de odio y el corazón acelerado
hacia donde le señala un dedo inmisericorde, que se suele quedar en la
retaguardia. Esa es la verdad irrebatible que se niegan a admitir los bastardos
que, llenos de aire caliente y palabras mentirosas, conducen rebaños humanos
hacia otros rebaños humanos, bajo el tremolar de dos banderas distintas.
José María López Conesa, hombre y escritor aplomado, sitúa esa
idea en el centro de su narración Lazos
de sangre, que nos sitúa fuera y dentro de la guerra civil de 1936.
“Fuera”, porque iniciamos la lectura a finales de los años sesenta, con el
éxito eurovisivo de Massiel y con unos jóvenes molinenses que se instalan en
Madrid para estudiar y labrarse un futuro; y “dentro” porque uno de ellos
(Lolo) vive obsesionado con el destino que la vida o la muerte pudieron
reservarle a su abuelo Blas, desaparecido al final de aquella guerra. Con mano
firme, el autor nos lleva en un viaje hacia atrás en el tiempo, que es también
un viaje por el interior del alma humana, allí donde laten el miedo, la fe
religiosa, la esperanza, la suerte, la inquina… y algunas intervenciones de la
Divina Providencia.
Una novela estupenda para conocer mejor nuestro pasado. Y para conocernos a nosotros mismos.
2 comentarios:
Bellas palabras que descubren a la perfección la idea fundamental que me guió en la novela. Lolo es un personaje que logra su objetivo por amor
Apuntada.
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