martes, 1 de diciembre de 2020

El Tiempo y la Sustancia


 

Terminándose el siglo XX, Miguel Sánchez Robles ofreció a sus lectores la obra titulada El tiempo y la sustancia, de la que se dice en su contraportada que es “una obra poética de reflexión y diagnóstico”. La etiqueta, pese a su tono elogioso, se me antoja levemente imprecisa. La poesía de Miguel comporta, sí, una clara reflexión; pero no creo que entrañe un diagnóstico. Cuando un médico diagnostica gripe o úlcera de estómago es porque, después de analizar al sujeto, ha logrado aislar e identificar el problema que lo aqueja. En nuestro poeta, esa identificación no se produce de forma puntual. Él sólo enumera los síntomas que advierte, y los expone después a la consideración de sus lectores. Son por tanto ellos quienes tendrán que convertirse en los médicos de su mundo, y los que estipulen el nombre que ha de otorgarse a su enfermedad.

En este nuevo tomo de Miguel Sánchez Robles, la voz poética parece encontrar refugio en la bebida, y nos ofrece un escaparate etílico de lo más variado: champán (p.11), coñac (p.14), cerveza (p.25), vino blanco (p.28), vermú (p.47), Marie Brizard (p.61)… Todas las sustancias alcohólicas parecen servir para evadirse de una realidad nauseabunda y opresiva, que cerca al ser humano y que se obstina en convencerlo de que

                                    “Todo es tan inútil

                                    como una danza turca.

Los días se acumulan

como un lastre sin rumbo.

La costumbre golpea

como una bestia herida

y en la distancia siempre

el júbilo se pierde y nunca fue”

(p.40).

Parece clarísimo que “no hay suficientes lágrimas / para llorar por todo” (p.71); pero la poesía puede convertirse en el refugio de quienes han agotado el triste manantial de sus ojos.

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