martes, 29 de diciembre de 2020

El señor Malaussène

 


Tras haber triunfado en España con aquel cautivador ensayo que tituló Como una novela, Daniel Pennac volvió a las librerías de nuestro país con El señor Malaussène, una larga historia (superaba las 500 páginas) traducida por Manuel Serrat donde nos contaba las peripecias de una singular tribu formada por una monja policía, un asesino múltiple que despelleja a las prostitutas, detectives sagacísimos, un prestidigitador e incluso un perro epiléptico llamado Julius, que muerde el aire cada tres minutos.

La novela (que en determinadas secuencias roza lo caótico) hace gala también de un irónico sentido del humor, presente por ejemplo en la extravagante cata de vinos que tiene lugar en el capítulo 29; o en la hilarante crítica al mundo de la abogacía que leemos en el capítulo 52.

Quien haya leído La conjura de los necios, de John Kennedy Toole, y recuerde a su estrafalario protagonista Ignatius J. Reilly, se hará una certera idea de esta narración: es la historia de una tropa de Reillys. Pero, ante todo, Pennac nos entrega una novela donde los sentimientos parecen regidos por la alucinación, el delirio y la extravagancia; y donde un barrio, Belleville, se antoja el auténtico protagonista, con sus calles viejas, sus cines clausurados y sus fachadas enmohecidas por el paso de los tiempos.

Larga, poliédrica y extraña, El señor Malaussène es una historia que difícilmente admite ser condensada en pocas líneas, como advierte el propio autor: “Una novela digna de ese nombre no se deja resumir”.

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