viernes, 18 de diciembre de 2020

Otra vuelta de tuerca

 


Cómo me desasosegó Otra vuelta de tuerca cuando lo leí en mi adolescencia. Esa inminencia de figuras espectrales que estaban y no estaban. Esa inquietud de miradas y silencios que Henry James creaba con una facilidad magnética. Esos diálogos entre Miles y su institutriz, que me mantenían sin tragar saliva. Esa niña Flora, que oscilaba entre la actitud angelical y la demoníaca. Ese candor de la señora Grose, dulce e irritante a partes iguales. Esa locuacidad que emanaban las sombras silentes del señor Quint y la señorita Jessel.

Sí, qué disfrute puro de literatura, cuando se abren los ojos a la magia insondable de los libros y nos decimos: “Si esto es lo que contienen las novelas, quiero leer todas las del mundo”. Cómo se añora, en la madurez, esa inocencia de ánimo sobrecogido. Menos mal que, de vez en cuando, aún tenemos la feliz idea de regresar a aquellas páginas antiguas, para volver a recorrerlas y comprobar que, dichosamente, su fulgor sigue intacto.

Qué maravilloso narrador era Henry James. Qué poderío y qué control sobre los mecanismos literarios. Qué majestad en la construcción de la pieza. Con el paso de los años, convertido ya en filólogo y profesor de literatura, he aprendido a poner nombres técnicos a sus recursos y a advertir sus estrategias narratológicas. Pero el espeluzno, el escalofrío, las sienes latiendo y la piel erizada son sensaciones para las que no son necesarias las etiquetas. Sólo la más emocionada de las gratitudes. Del adolescente (entonces) y del adulto (ahora).

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