lunes, 12 de octubre de 2020

El loco

 


Tenía, probablemente, unos dieciséis años cuando leí El loco, de Khalil Gibran; y recuerdo que me embriagó aquel conjunto de anotaciones, minirrelatos, leves diapositivas y estampas que el escritor libanés. Luego, ya no insistí en ningún otro volumen suyo (aunque pasó por mis manos El profeta, que no llegué siquiera a comenzar).

Ahora, casi cuarenta años más tarde, vuelvo a la obra. Y no acierto a comprender por qué razón me gustaron tanto estas páginas, que se me antojan en la actualidad un manojo de obviedades donde fábulas (“El zorro”), apólogos e incluso episodios de la Biblia (“Los dos ermitaños”) se unen para componer un refrito edulcorado y misticoide con el que, a la postre, se pretende sustituir una teología por otra: de las pautas que nos marcan desde fuera a las pautas que nos marcamos desde dentro (y que queremos considerar válidas universalmente, al modo kantiano). Huérfano de mecanismos propios para construir ese edificio ideológico, Gibran acude a la nomenclatura religiosa de su entorno (Dios, Satanás, Crucifixión, Gehena) y la mezcla con unos fervores más bien pedestres, que impresionarán a los visitantes más jóvenes (a mí me ocurrió), pero que más dificultosamente resistirán el análisis de una persona más leída o reflexiva, que sentirá en cada página que está leyendo a un Zaratustra ñoño y descafeinado.

Supongo que todo tiene su edad en el mundo de los libros. Y la de Gibran, a mí, desde luego, se me ha pasado.

1 comentario:

Luisa HD dijo...

A mí me ha pasado exactamente lo mismo, Rubén.