Decía
Voltaire que no había observado, durante su lectura del Arte de amar, de Ovidio, nada que implicara indecencia u
obscenidad. Y yo creo que tenía razón. Si la polémica obra del latino es leída
hoy de un modo desprejuiciado nos damos cuenta en seguida de su espíritu
inocente: es, tan sólo, un catálogo de consejos más bien candorosos (y
empapados de sentido común) sobre los detalles que hombres y mujeres deben
observar a la hora de relacionarse eróticamente con otros. Tan fácil como eso.
Tan inocuo como eso.
Comienza,
de hecho, centrándose en ese aspecto de las relaciones, para dejar bien clara
su intención (“Cantaremos el amor apacible y los arrebatos tolerados, y estará
mi poema libre de culpa”). Y de inmediato aconseja a los varones que no sean
tímidos y que salgan a buscar a esa mujer que los embelesa (“Elige a quien
decir Tan sólo tú me gustas. Ella no
te va a llegar deslizándose entre tenues brisas; tienes que buscar con tus
propios ojos la muchacha a tu gusto”). Para que el ofrecimiento amoroso fructifique
hay que ser cariñoso y atento con la persona amada (“Los detalles cautivan a
los espíritus delicados”) y, sobre todo, aceptar la certeza de que “todas las
mujeres pueden alcanzarse” y que ninguna resulta inaccesible cuando el
enamorado actúa con perseverancia… o cuando se permite la astucia de recurrir a
artimañas menos decorosas (“Las lágrimas son útiles; con lágrimas harás ceder
al diamante”).
Y si en
el cerco amoroso se sufren reveses hay que ser capaces de recuperarse con
rapidez (“Con frecuencia las desgracias estimulan el ingenio”), porque al final
triunfará quien más astucia despliegue desde el punto de vista estratégico (“Si
ella está esquiva, cede; cediendo saldrás victorioso. Haz tan sólo el papel que
ella te mande representar. Ella acusa, acusa tú; lo que ella aprueba, apruébalo
tú; lo que ella diga, di tú; lo que ella rechace, recházalo tú; que se ríe,
ríe; si llorase, no dejes de llorar. Que imponga ella su ley sobre tus gestos”).
Pero
Ovidio desea resultar ecuánime, así que tras facilitar “armas a los griegos
contra las Amazonas” (así comienza el libro III), entiende que resulta justo
equilibrar la balanza actuando ahora al revés. Les sugiere que cuiden su
aspecto personal (cabellos, rostro, vestido); que desarrollen leves intentos de
resistencia (para excitar más a los varones que intenten conquistarlas); que
muestren de un modo inteligente la parte de cuerpo que más admirable resulte
(efectos de luz, corte de ropa, etc)… Pero que tengan siempre en cuenta que el
tiempo pasa, y que resultará vano lamentar, cuando ya no tenga remedio, el paso
de los años. No me resisto a copiar el magnífico carpe diem que desliza en este libro tercero: “Pensad ya desde
ahora que llegará la vejez; así no se os escapará ocasión sin aprovecharla.
Divertíos mientras podéis y estáis todavía en la primavera de la vida; los años
se van como el agua que fluye. Ni el borbotón que ha pasado volverá de nuevo ni
podrá volver la hora que pasó. Hay que aprovechar cada edad, que se desliza
como paso veloz y nunca es tan buena la siguiente como lo fue la anterior.
Estos tallos marchitos los vi yo violetas, de esto que es espina tuve yo una
agradable corona. Tiempo llegará en que tú, que rechazas amantes, dormirás
vieja y helada en la noche solitaria”.
Un libro, en suma, lleno de humor, sensatez, coquetería y encanto. Inolvidable.
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