miércoles, 28 de octubre de 2020

Arte de amar

 


Decía Voltaire que no había observado, durante su lectura del Arte de amar, de Ovidio, nada que implicara indecencia u obscenidad. Y yo creo que tenía razón. Si la polémica obra del latino es leída hoy de un modo desprejuiciado nos damos cuenta en seguida de su espíritu inocente: es, tan sólo, un catálogo de consejos más bien candorosos (y empapados de sentido común) sobre los detalles que hombres y mujeres deben observar a la hora de relacionarse eróticamente con otros. Tan fácil como eso. Tan inocuo como eso.

Comienza, de hecho, centrándose en ese aspecto de las relaciones, para dejar bien clara su intención (“Cantaremos el amor apacible y los arrebatos tolerados, y estará mi poema libre de culpa”). Y de inmediato aconseja a los varones que no sean tímidos y que salgan a buscar a esa mujer que los embelesa (“Elige a quien decir Tan sólo tú me gustas. Ella no te va a llegar deslizándose entre tenues brisas; tienes que buscar con tus propios ojos la muchacha a tu gusto”). Para que el ofrecimiento amoroso fructifique hay que ser cariñoso y atento con la persona amada (“Los detalles cautivan a los espíritus delicados”) y, sobre todo, aceptar la certeza de que “todas las mujeres pueden alcanzarse” y que ninguna resulta inaccesible cuando el enamorado actúa con perseverancia… o cuando se permite la astucia de recurrir a artimañas menos decorosas (“Las lágrimas son útiles; con lágrimas harás ceder al diamante”).

Y si en el cerco amoroso se sufren reveses hay que ser capaces de recuperarse con rapidez (“Con frecuencia las desgracias estimulan el ingenio”), porque al final triunfará quien más astucia despliegue desde el punto de vista estratégico (“Si ella está esquiva, cede; cediendo saldrás victorioso. Haz tan sólo el papel que ella te mande representar. Ella acusa, acusa tú; lo que ella aprueba, apruébalo tú; lo que ella diga, di tú; lo que ella rechace, recházalo tú; que se ríe, ríe; si llorase, no dejes de llorar. Que imponga ella su ley sobre tus gestos”).

Pero Ovidio desea resultar ecuánime, así que tras facilitar “armas a los griegos contra las Amazonas” (así comienza el libro III), entiende que resulta justo equilibrar la balanza actuando ahora al revés. Les sugiere que cuiden su aspecto personal (cabellos, rostro, vestido); que desarrollen leves intentos de resistencia (para excitar más a los varones que intenten conquistarlas); que muestren de un modo inteligente la parte de cuerpo que más admirable resulte (efectos de luz, corte de ropa, etc)… Pero que tengan siempre en cuenta que el tiempo pasa, y que resultará vano lamentar, cuando ya no tenga remedio, el paso de los años. No me resisto a copiar el magnífico carpe diem que desliza en este libro tercero: “Pensad ya desde ahora que llegará la vejez; así no se os escapará ocasión sin aprovecharla. Divertíos mientras podéis y estáis todavía en la primavera de la vida; los años se van como el agua que fluye. Ni el borbotón que ha pasado volverá de nuevo ni podrá volver la hora que pasó. Hay que aprovechar cada edad, que se desliza como paso veloz y nunca es tan buena la siguiente como lo fue la anterior. Estos tallos marchitos los vi yo violetas, de esto que es espina tuve yo una agradable corona. Tiempo llegará en que tú, que rechazas amantes, dormirás vieja y helada en la noche solitaria”.

Un libro, en suma, lleno de humor, sensatez, coquetería y encanto. Inolvidable.

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