Mi amiga
Teresa, exquisita y siempre atinada, me trae de Portugal un libro que llena de
poesía mi tarde del domingo: Clepsydra,
de Camilo Pessanha, en una hermosa edición bilingüe con traducciones de
Jerónimo Pizarro y María Matta, ilustraciones de André Carrilho e introducción
de Helena Carvalhão Buescu.
Son
textos llenos de silencio, y también de visiones deliciosas: corazones perdidos
o tristes que se arrastran por el suelo, asimilados a gusanos; soledades
inefables después de la batalla; inviernos que colonizan el paisaje y el alma;
poemas de una textura delicadísima, que se construyen para homenajear a la
madre; pasos en la arena húmeda de una playa; revelaciones religiosas;
reflexiones sobre el poder curativo o lenitivo de la amistad; canciones imborrables
sobre la separación entre personas que se quieren; estupendos (algo
melancólicos) versos sobre cómo los años se abalanzan sobre los bohemios,
intentando derruirlos o amilanarlos; la calma de la muerte, frente a las
aceleradas abominaciones del mundo.
Pero,
entrelazado con todas esas bellezas temáticas y estilísticas, hay un elemento
que me perturba: la traducción. No me atreveré a señalar (por desgracia, ignoro
la lengua portuguesa) que resulte despreciable; nada más lejos de mi ánimo.
Llevo toda mi vida dando las gracias a los traductores, porque me han permitido
conocer a centenares de autores que me hubieran estado vedados sin su ayuda;
así que figúrense si voy a menospreciar a Pizarro y Matta. En absoluto. Se
trata, tan sólo, de una inquietud personal: si cambiamos las palabras del poeta
por otras menos exactas, con el único fin de mantener la rima, ¿estamos siendo
justos con el “espíritu” del compositor? En este volumen se puede comprobar en
infinidad de casos que se ha preferido la rima a la semántica, y tal decisión a
mí no me convence. Miguel de Unamuno afirmaba que la poesía es demasiado
importante para ser transformada en música. Elegir la música de la rima frente
a la música del sentido me parece discutible. Y aporto dos ejemplos de la página
81, como mera ilustración: si Camilo Pessanha habla de una frialdad que “não
entristeça ninguém”, sus traductores optan por decir que “a nadie haga rehén”
(para que luego rime con “desdén”). Un volatín muy forzado. Y, poco después, el
verso “Que frio, que desconsolo!” se transmuta en “¡Qué frío, qué contienda!”
(para que rime con “prenda”). Otra cabriola imperdonable.
Salvados esos arrecifes (cada verso que me gustaba lo miraba a continuación en su versión original, a la izquierda), el tomo es magnífico, enriquecedor. Y me permite seguir aumentando mis lecturas portuguesas, de las que nunca me sacio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario