Lo más
perturbador de la pieza teatral Eva a las
seis, de Diana de Paco Serrano (que acaba de publicar Ediciones
Irreverentes), es lo difícil de aceptar y lo incómodo de digerir que nos
resulta su idea central: que su
protagonista (la joven filóloga que acaba de madrugar para encontrarse con un
despido en su trabajo) puede ser cualquier joven, no importa su sexo o su
preparación. Que puedes ser, por ejemplo, tú. O que su madre y su padre, dos
grises fracasados que chapotean en la vida para no ahogarse, pueden ser los
tuyos. O que puedes ser, por ejemplo, tú. Nadie está a salvo, en esta sociedad
salvaje y competitiva, de las asechanzas de la arbitrariedad. Te lo
justificarán diciendo que no dominas idiomas, o que tu preparación informática
es deficiente, o que resultas poco flexible en tus horarios laborales. En el
fondo, se trata de algo tan espantoso de admitir como innegable: que, como bien
dijo el soldado John Rambo, somos prescindibles.
Eva,
sobresaltada por el despertador, acude a su centro de trabajo y lo descubre de
un modo abrupto; y el mazazo la perturba. Nada le importa a su jefe (quien se
presenta, petulante y patético, bajo el rótulo de The Boss Production Manager Human Resources Chief Universal,
acólito del inglés intimidatorio) que la chica tenga un hermano en condiciones
médicas lamentables, o que sus padres fueran antiguos empleados de la compañía.
Todo eso constituye, a su entender, simple hojarasca para ser barrida por el
viento, anécdota insignificante, fruslería.
Este
trasfondo argumental, que ya resulta triste en sí mismo, queda intensificado
por la dramaturga mediante un procedimiento muy llamativo y muy eficaz: deja a
la protagonista sola en escena. Nadie la acompaña. La amargura y la zozobra (lo
descubre Eva y lo descubrimos nosotros observándola con aflicción) no pueden
ser compartidas. Pero es que, además, ese desamparo se convierte en una diana
terrible sobre la que percuten las voces del resto de personajes: su jefe, sus
padres, su hermano. Eva escuchará cómo todos se ponen de su lado o frente a
ella, cómo todos intentarán consolarla o persuadirla para que admita la
rendición. Y ella traga saliva, mientras los lectores y espectadores sentimos
que un latigazo de compasión, de ira y de impotencia nos encharca la boca.
Diana M. de Paco Serrano, autora imprescindible del teatro actual.
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