domingo, 18 de octubre de 2020

El malmuerto

 


Cuando te sumerges en las páginas de una novela, dos son, fundamentalmente, los aspectos que de ella pueden cautivarte: el “fondo” y la “forma”. Es decir, su argumento y peripecias, las historias que nos relata (por un lado); o la manera en que está redactada (por el otro). En el caso de El malmuerto, la narración que la asturiana Marta Portal publicó al año siguiente de obtener el premio Planeta, he de confesar que por desgracia ninguna de ambas facetas me ha resultado seductora. Y bien que lo lamento: cada vez que abro un nuevo libro me ilusiono con la posibilidad de que suceda al contrario.

Condensada en pocas líneas, la novela se propone trasladarnos la historia de cómo el coronel hispanoamericano Alejandro Balcázar atropella fortuitamente al indio Antonio Manuel Galves, que recorría de noche la carretera en una bicicleta mal iluminada. Como es natural, ese accidente lo perturba y conmociona: lo lleva al hospital, se encarga de avisar a la familia, encomienda al doctor que lo cuide de la forma más escrupulosa posible… Hasta ahí, todo bien. Los problemas surgen cuando Balcázar, solo en su domicilio, decide pegarse un tiro como consecuencia del remordimiento. Este arrebato, en alguien que acaba de ser propuesto para un elevadísimo cargo estatal, se antoja difícilmente justificable. Pero es que, incluso aceptando que la reacción pudiera resultar “verosímil”, la escritora estira todavía más la credulidad del lector: Balcázar decide dejar todos sus bienes a la viuda del indio. Y, antes de que el bocado sea digerido, riza aún más el asunto: solicita ser enterrado junto al ciclista atropellado, en una humilde tumba. Escasos serán los lectores que continúen creyéndose de buena fe esa línea argumental.

En cuanto a la forma, idénticos despropósitos: todos los personajes se expresan con un lenguaje idéntico, almibarado y ñoño, encharcado de lugares comunes y abstracciones melosas; generales que afirman sentirse guiados tan sólo por el bienestar del pueblo; coroneles que reciben desengaños amorosos súbitos y que, en apenas un par de minutos, se convencen de que esa frustración es buena, porque les permitirá concentrarse en su labor altruista y benéfica a favor de los más humildes; descripciones ambientales que, sin venir a cuento, indagan en las características de la arquitectura colonial… No alargaré la lista para no parecer sañudo.

La única justificación que encuentro para una novela tan defectuosa, tan plana y tan increíble, es que la autora fuese “animada” a entregar un nuevo manuscrito, al año de obtener el premio Planeta, para consolidar su posición en el mercado literario nacional (la última página de la obra registra esta interesante anotación de Marta Portal: “Son Angelats, julio-agosto de 1966”. Dos meses de escritura, pues). La otra opción (que fuese directamente mala narradora) no me aventuro a suscribirla, con un solo libro como base.

No hay comentarios: