Cuando te
sumerges en las páginas de una novela, dos son, fundamentalmente, los aspectos que
de ella pueden cautivarte: el “fondo” y la “forma”. Es decir, su argumento y
peripecias, las historias que nos relata (por un lado); o la manera en que está
redactada (por el otro). En el caso de El
malmuerto, la narración que la asturiana Marta Portal publicó al año
siguiente de obtener el premio Planeta, he de confesar que por desgracia
ninguna de ambas facetas me ha resultado seductora. Y bien que lo lamento: cada
vez que abro un nuevo libro me ilusiono con la posibilidad de que suceda al
contrario.
Condensada
en pocas líneas, la novela se propone trasladarnos la historia de cómo el
coronel hispanoamericano Alejandro Balcázar atropella fortuitamente al indio
Antonio Manuel Galves, que recorría de noche la carretera en una bicicleta mal
iluminada. Como es natural, ese accidente lo perturba y conmociona: lo lleva al
hospital, se encarga de avisar a la familia, encomienda al doctor que lo cuide
de la forma más escrupulosa posible… Hasta ahí, todo bien. Los problemas surgen
cuando Balcázar, solo en su domicilio, decide pegarse un tiro como consecuencia
del remordimiento. Este arrebato, en alguien que acaba de ser propuesto para un
elevadísimo cargo estatal, se antoja difícilmente justificable. Pero es que,
incluso aceptando que la reacción pudiera resultar “verosímil”, la escritora
estira todavía más la credulidad del lector: Balcázar decide dejar todos sus
bienes a la viuda del indio. Y, antes de que el bocado sea digerido, riza aún
más el asunto: solicita ser enterrado junto al ciclista atropellado, en una
humilde tumba. Escasos serán los lectores que continúen creyéndose de buena fe
esa línea argumental.
En cuanto
a la forma, idénticos despropósitos: todos los personajes se expresan con un
lenguaje idéntico, almibarado y ñoño, encharcado de lugares comunes y
abstracciones melosas; generales que afirman sentirse guiados tan sólo por el
bienestar del pueblo; coroneles que reciben desengaños amorosos súbitos y que,
en apenas un par de minutos, se convencen de que esa frustración es buena,
porque les permitirá concentrarse en su labor altruista y benéfica a favor de
los más humildes; descripciones ambientales que, sin venir a cuento, indagan en
las características de la arquitectura colonial… No alargaré la lista para no
parecer sañudo.
La única justificación que encuentro para una novela tan defectuosa, tan plana y tan increíble, es que la autora fuese “animada” a entregar un nuevo manuscrito, al año de obtener el premio Planeta, para consolidar su posición en el mercado literario nacional (la última página de la obra registra esta interesante anotación de Marta Portal: “Son Angelats, julio-agosto de 1966”. Dos meses de escritura, pues). La otra opción (que fuese directamente mala narradora) no me aventuro a suscribirla, con un solo libro como base.
No hay comentarios:
Publicar un comentario