Leo, con
emoción y con gratitud, la delicada poesía que contienen las páginas de Sin saber qué te espera, porque en ellas
descubro el latido verdadero de aquellas palabras que se pronuncian y se
escriben para permanecer en el recuerdo y en el corazón de los lectores. Aletea
en este pequeño volumen una poesía adelgazada hasta su esqueleto de significados
y emociones, huérfana casi de adjetivos, porque el autor confía el mensaje (su
importante mensaje) al equilibrio inmaculado entre sustantivos y verbos. Es
decir, entre palabras sustanciales,
que ya portan en sí mismas la esencia de lo comunicable. El poeta elige para decirse un camino desbrozado de
filigranas, consciente de que “el lenguaje construye tu casa” (p.22) y que, en
todo caso, la impoluta lección zen nos explica que “el mejor nido / es el
silencio” (p.14). Alrededor de estas emociones (la soledad, el amor, la
nostalgia, la tristeza, la melancolía), laten los elementos poderosos de la
naturaleza (nubes, acantilados, olmos, fuentes, pájaros, avispas), que quedan
configurados como espléndido marco sensorial, vital y literario.
Con esos
hilos coloreados por el sentimiento, Jesús Aparicio González nos deja ante los
ojos su cabalgata de propuestas: la sencillez del anhelo (“En mis zapatos”), la
epanadiplosis de la incertidumbre (“Un sueño blando”), las cosas leves y
trascendentes que constituyen el vivir (“Pequeño inventario”), los textos
dibujados como ondas concéntricas (“Luz”), la airosa música popular o lorquiana
(“Siete vasos de agua”) o la impresionante secuencia final, centrada en el
fallecimiento de un ser querido (“Epílogo tras una despedida”).
Un libro para leer en sosiego, en silencio y en soledad. Poesía, en suma.
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