Descubrir
a Francisco Ayala es una tarea constante. Y no porque sea un escritor
desconocido (que no lo es), sino porque cada propuesta narrativa suya que sale
al mercado o tomamos de la estantería supone siempre una sorpresa, una
deliciosa oportunidad para descubrir nuevos matices, nuevos logros, nuevas
cumbres literarias de este escritor irrepetible. Hace una década el sello Visor
nos propuso que nos acercásemos a esta obra, que ya fue publicada en Argentina
en 1943 y que nos invita a meditar sobre las fronteras entre el libre albedrío
y el sometimiento a las normas. Sabemos (nos indica Ayala) que “todo orden
social se impone coactivamente al individuo y comporta, por lo tanto, una merma
de su libertad” (p.11); y sabemos también que los conceptos mismos de orden y
de libertad buscan su “recíproca anulación” (p.17) mediante una estrategia de
tensiones “siempre dinámica” (p.18). Pues bien, partiendo de esas premisas
teóricas, el ensayista granadino nos invita a pasear por la Historia para
informarnos de los sucesivos equilibrios y desequilibrios que ambos conceptos
han experimentado a lo largo de ella, tanto dentro como fuera de España.
Nos
habla, por ejemplo, de la inexistencia de libertad en el mundo oriental
antiguo; nos explica que en el mundo griego la libertad fue ante todo política,
y no social; nos comenta que Roma y el cristianismo afianzaron el camino hacia
otras libertades e igualdades, hasta entonces desconocidas; nos pasea por el
mundo de la Edad Media; nos informa de qué fue el constitucionalismo inglés y
de lo que supuso para las libertades la revolución francesa de 1789; nos aclara
con nitidez en qué consiste la división de poderes; y nos desliza nombres tan
importantes para el afianzamiento de la dignidad humana como los de Rousseau o
Montesquieu, que no tendrían que ser olvidados por nuestros políticos actuales.
Y todo
ello con enorme sencillez, usando una sintaxis limpia y un lenguaje muy
asequible, que no dificulte la intelección a los lectores medios ni rebaje la
gravedad que demandan los lectores especializados.
No es
extraño, pues, que se diga en el epílogo de la obra (firmado por la novelista
Almudena Grandes) que estamos ante un volumen que merece la lectura y la
constante relectura. Es verdad. Las reflexiones de Francisco Ayala son fértiles,
hondas y enriquecedoras; no han perdido ni una sola milésima de precisión ni de
seriedad desde que fueron redactadas, hace ya más de setenta y cinco años; y
nos permiten recordar que las libertades son como el amor o como el oxígeno:
goces por los que debemos pelear día a día, indesmayables, tercos y
esperanzados.
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